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En ese lugar, bien porque la horrible comida que se sirve en la estación haya deprimido los ánimos, ó bien porque empiece á sentirse la cercanía del peligro, el caso es que las lenguas enmudecen.

Era en él costumbre invariable preguntar por la familia al hacer su saludo, y hablaba separando las palabras y poniendo entre los párrafos asmáticas pausas, de modo que el que le escuchaba no podía menos de sentirse contaminado de entorpecimientos en la emisión del aliento.

Corrían todos al costado de estribor para ver en la tarde brumosa el bulto negro de un barco igual al Goethe que avanzaba sobre él como si fuese a embestirlo. Algunos empezaron a sentirse inquietos por esta aproximación; pero cuando los dos buques estuvieron próximos, se fue abriendo la distancia entre sus cascos.

La intención del tío Manolillo, sin embargo, no había producido el efecto que se había propuesto. Doña Clara era una joven de razón fría. Lo primero que la aconteció, fué sentirse herida en el corazón. Porque amaba á Juan. Las circunstancias en que le había conocido y las cualidades del joven, justificaban aquel amor, naciente, es cierto, pero arraigado ya en el alma.

Basta mirar su bella figura escultural y contemplar sus grandes ojos suaves, claros, hermosos; basta escuchar sus nobles palabras y ver sus acciones, más nobles aún, para sentirse cerca del origen de toda poesía... Además, nunca he creído que al artista le convenga una esposa de imaginación exaltada, de temperamento nervioso, inquieto y refinado como el suyo.

Lo colocaban demasiado alto, de donde, su estimación se hacía cruel. El corazón sensible, el sufrimiento del hijo adoptivo, escapaba a su penetración, y Juan se sorprendía de sentirse, de pronto, tan lejos de ellos.

Pues no os saldrá, porque hay un Dios en el cielo... y porque estoy yo además sobre la tierra, que os he de dar todavía alguna guerra... ¡Vaya si os la daré!... ¡Ya veréis de lo que es capaz una pobre mujer!... No os reiréis, no... Ya veréis cómo me arreglo para echar una gotita de hiel en vuestro plato de crema, para que no os relamáis, ¡puercos!... Concluyó por sentirse mal.

Y sufría sin embargo lo indecible al sentirse ya incapaz de ser buena, incapaz de resistir la influencia maligna, aquella influencia que ya, durante su infancia, la había aterrado alguna vez: así cuando Raquel, empañados por el llanto los hermosos ojos verdes, se defendía de sus golpes despiadados cubriéndose la cabeza con las manecitas abiertas.

Cerraba los ojos, y dejaba de sentirse por fuera y por dentro; a veces se le escapaba la conciencia de su unidad, empezaba a verse repartida en mil, y el horror dominándola producía una reacción de energía suficiente a volverla a su yo, como a un puerto seguro; al recobrar esta conciencia de , se sentía padeciendo mucho, pero casi gozaba con tal dolor, que al fin era la vida, prueba de que ella era quien era.