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Los que esperaban el mágico espectáculo de su puesta reunidos en la última toldilla, tenían que renunciar a la diurna apoteosis, corriendo a los camarotes para vestirse apresuradamente y no llegar con retraso al comedor. Ojeda, al sentarse a su mesa, vio que estaba sin ocupar la inmediata, que era la de Mrs. Power.

Poco después entró Gustavo Núñez con otros amigos, pero los dejó unos instantes y vino a sentarse a su mesa. Bajo la impresión del cambio brusco de ideas, cuando se habían cruzado algunas palabras indiferentes, Tristán desahogó con el pintor aquel nuevo desprecio que sentía. Pocas cosas en este mundo le quedaban ya por despreciar. Núñez hacía tiempo que las despreciaba todas.

Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aún sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer, cuando veían colores brillantes u oían truenos.

Es cosa agradable cambiar así de orilla, sentarse tan pronto á la sombra de un álamo como de un sauce, ir de la pradera ya arrasada por la hoz, embalsamada por el olor del heno, al césped matizado de flores.

Todos los ojos se volvieron hacia un rincón obscuro de la barbería, porque era allí donde se encontraba el desconocido que había pronunciado tan singulares palabras. Cuando vio todas las miradas de la asamblea fijas en él, se levantó, dejó caer su obscura capa, atravesó el largo salón del establecimiento y fue a sentarse gravemente en el gran sillón, que entonces esperaba un paciente.

Abrí y Sorege entró en casa sin sospechar que no estaba sola. Sin sentarse me dijo en seguida: ¿Espera usted á Jacobo? No vendrá. ¿Por qué? Porqué está en otra parte. ¿En el círculo? No, acaba de salir de allí. Se reía al hablar así, el monstruo, sabiendo todo el mal que me hacía. Palidecí y él me dijo: Mírese usted en el espejo, Lea, y vea su cara descompuesta.

Detuviéronse entre un grupo de viejos nogales, cuyos troncos y raíces formaban en el suelo una serie de escalones, con musgosos huecos y recortes tan apropiados para sentarse, que el arte no los hiciera mejor.

A estas horas, muchas amigas suyas debían andar por las inmediaciones, á causa de la proximidad de los grandes almacenes... Buscaron el refugio de una esquina del monumento, metiéndose entre éste y la rue des Mathurins. Desnoyers colocó dos sillas junto á un macizo de vegetación, y al sentarse quedaron invisibles para los que transitaban por el otro lado de la verja. Pero ninguna soledad.

En efecto, el indiano se había levantado en silencio de la silla y, sorteando las parejas de baile, fue solapadamente a sentarse al lado de Fernanda.

La entrada era cosa ardua: no entraba cualquiera: era necesario ser crema batida de la mejor burguesía social y política para hollar las mullidas alfombras del gran salón o sentarse a jugar un partido de whist en el clásico salón de los retratos que ocupa el frente de la calle Victoria.