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El Vara de palo, al sentarse o la mesa con la familia, hablaba de la decadencia de la fiesta del Corpus, tan famosa en el Toledo de otros tiempos. Su afán por lamentarse le hacía olvidar el áspero silencio que se había impuesto en presencia de su hija.

El sol, que se había elevado ya sobre el horizonte y se acercaba al cénit, difundía mucho calor y luz sobre la tierra; y don Paco, buscando sombra, vino a sentarse en un ribazo y se puso a contemplar el agua antes de bebería.

891 Hay hombres muy inocentes y que a las carpetas van; cuando azariados están -les pasa infinitas veces- pierden en puertas y en treses, y dándoles mamarán. 892 El que no sabe no gana aunque ruegue a Santa Rita; en la carpeta a un mulita se le conoce al sentarse, y conmigo era matarse: no podían ni a la manchita.

Eran bancos con la elegancia de líneas de un sofá del pasado siglo, frescos y de saludable dureza, en los que gustaba sentarse Leonora por las tardes, cuando las palmeras extendían su sombra en la plazoleta. En uno de ellos leía la sencilla doña Pepita la historia del santo del día, ayudada por unas antiguas gafas con montura de plata.

El era Ferragut: ¿qué deseaba?... Se negó á sentarse. Quería decirle dos «razones» aparte, con cierto secreto... Cuando el capitán hubo presentado á su segundo como hombre de toda confianza, entonces se sentó. Los dos compañeros, rompiendo la humana corriente, habían retrocedido también y estaban en el borde de la acera, volviendo sus espaldas al café.

A la mesa, que ya está la comida dijo el gigante; y a ver si haces lo que hago yo, que me voy a comer todo este buey, y te voy a comer a ti de postres. Está bien, amigo dijo Meñique. Pero antes de sentarse se metió debajo de la chaqueta la boca de su gran saco de cuero, que le llegaba del pescuezo a los pies.

Mozos de vida airada, acostumbrados a peleas nocturnas con las rondas de alguaciles y a largas estancias en la cárcel por deudas, convertíanse al otro lado del Océano en magníficos señores que destronaban emperadores, colocaban otros en su lugar, o concluían por sentarse en el trono.

Y como si imaginase que con un arma de fuego le estaban apuntando al pecho y con otra á la espalda, dejó velozmente el balcón, dió algunas vueltas por la sala, fué, por último, á sentarse delante del piano y empezó á correr los dedos por las teclas distraídamente.

No, ya estoy bien. Y levantándose tomó de la estantería un frasco de azahar, vertió con mano temblorosa una cucharada y la tragó. Después se enjugó el rostro cuidadosamente con el pañuelo y volvió á sentarse. Vamos á ver, ¿qué ha sido? le preguntó cariñosamente el joven.

Tan turbada estaba Isidora, que no acertó a contestar al saludo afectuoso de la señora. No sabía lo que le pasaba. Se levantó, volvió a sentarse. No podía asegurar si dijo o no dijo algo. Se sentía morir. ¡El semblante de la marquesa no expresaba nada..., la marquesa no la había abrazado..., la marquesa no había parado mientes en su fisonomía!... Las dos se miraron.