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Para ello a menudo necesitaba despertar a su joven esposa, que después de las comidas gozaba en sentarse sobre sus rodillas y quedar un momento traspuesta con la cabeza apoyada en su hombro. Crueldad estúpida de la cual no se daba bien cuenta.

Al sentarse Zarandilla a la mesa, de vuelta de la cuadra, la primera mirada de sus ojos opacos era para la botella de vino, e instintivamente avanzaba sus manos temblonas. Si alguna vez había soñado con la fortuna, era sin otra ambición que la de beber como el más rico caballero de la ciudad.

Peroraba Mendoza desde uno de los bancos de la izquierda, donde acostumbraban a sentarse los jóvenes demócratas, y lo hacía con tanto desembarazo, con tan briosa entonación como si en toda la vida hubiera hecho otra cosa. ¡Ave María! dijo Miguel para este Brutandor no conoce la vergüenza. Y se sentó en una silla para escucharle.

Pero viéndole dudoso, con los ojos espantados aún, se levantó, teniendo la niña en los brazos, abrió la puerta y cambió algunas palabras con Jacoba que, en efecto, estaba allí. Después de entregarle la criatura y cerrar, volvió de nuevo a sentarse. ¿Cómo eres tan cobarde, di? No es cobardía repuso él ruborizado. Es que estoy siempre sobresaltado... No lo que me pasa... La conciencia quizá...

Al cabo de un rato profirió secamente: Dame un medio. La tabernera dejó la media sobre el mostrador, se levantó en silencio y después de sacar un vaso y fregarlo reposadamente en la pileta, lo llenó de manzanilla. Manolo lo apuró casi de un tope. Soledad le clavó los ojos con curiosidad un instante y volvió á sentarse. Aumentaba el bullicio en los cuartos.

Hace veinte años que viene todas las tardes, con el mismo sombrero en que pone: Redón, con el mismo gabán que se levanta escrupulosamente al sentarse. A veces sonríe y se pasa la mano por la barba. ¡Aquellos oradores que hablaban bien! exclama este viejo. Yo quiero saber quiénes eran aquellos oradores.

Nos horroriza la imagen de la muerte, y toda mujer la lleva dentro, obligándonos á adorarla. Ahora era Castro el que miraba con ojos de asombro. «Está loco», parecían decir sus pupilas, fijas en el príncipe. Lo que tienes, Miguel, es que estás ahito dijo después de un largo silencio . Me recuerdas á esas personas que, al sentarse á la mesa, disimulan con ascos su inapetencia.

Al lado de nosotros vino a sentarse una señora vieja, modestísimamente vestida, de semblante pálido y rugoso, cabellos blancos y anteojos ahumados. Nos hicimos una inclinación de cabeza, y apenas abrió la boca mientras duró la refacción. Ni el padre ni la hija me presentaron a ella.

Este amigo suyo, a quien hacía mucho tiempo que no veía, le ha llamado. ¿Cómo negarse a los requerimientos de la amistad? No era discreto negarse, tanto más, cuanto este amigo es un excelente pianista, y Azorín se ha regodeado ya por adelantado con unos cuantos fragmentos de buena música. Tenía razón en sus augurios. Este amigo ha titubeado algo antes de sentarse al piano. ¿Por qué dudaba?

Deliberaban los solicitantes para el buen orden del cortejo, y uno tras otro iban a sentarse al lado de la atlota hablando con ella los minutos marcados. Si alguno, enardecido por la conversación, se olvidaba de los compañeros, dejando pasar el tiempo, éstos se lo advertían con toses, miradas furiosas y palabras de amenaza.