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Así, al cabo de una hora estaba tan dispuesto a vivir como decidido a morir había estado poco antes. Únicamente necesitaba para ello un poco más de energía. Entonces volvió a sentarse, y se puso a considerar su nueva posición con ánimo sereno. Comprendió que por su parte debía acudir en ayuda de su propio pesar huyendo del mundo para abandonarse a su dolor.

Qué remitido escribiría yo, ¡qué remitido! A veces, en la actitud que tomaba al sentarse, y en los golpecitos del periódico sobre la pierna, conocía ella que venía contrariado don Pablo Aquiles. Le has visto, ¿verdad? preguntaba; ¿a que estuvo hoy en el Ministerio? Don Pablo decía que .

Pegajoso con aquellos de quienes podía sacar algo, sabía llegar a la casa en el momento en que iban a sentarse a la mesa, cansado de los guisotes de Catalina y los platos criollos de la tía Silda; cuando iban al teatro, cuando iban al paseo: era un lebrel a caza de invitaciones. En todas partes estaba, y siempre de arriba.

Iban sentándose en dos bancos colocados a lo largo de la mesa, mientras Gallardo miraba indeciso a doña Sol. Debía comer arriba, en las habitaciones de la familia. Pero la dama, riendo de esta indicación, fue a sentarse en la cabecera de la mesa. Gustábale la vida rústica, y le parecía muy interesante comer con aquellas gentes.

Para conseguirlo, pensó en aquellos días, ya muy lejanos, en que Rogerio acostumbraba dejar su cuarto de estudio á la caída de la tarde, y venía á sentarse junto á la lumbre del hogar, á los rayos de luz de su sonrisa nupcial.

Ella, serena, tranquila, sonreía dulcemente contemplando la ruidosa alegría de su marido con el placer no exento de protección con que se miran los juegos de los niños. Cuando el camarero salía, Mario se alzaba repentinamente, corría a su esposa, la besaba frenéticamente y volvía a sentarse. No lo que tienes en la cara hoy, cielo mío, que me enajena.

Siempre se inclinaban del lado donde acostumbraba á sentarse la generala ó la ministra, con la abrumadora majestad de su centenar de kilos carnales. Los revolucionarios marchaban como lo permitían las exigencias topográficas: unas veces en fila, extendiéndose leguas y leguas; otras en masa horizontal á través de las llanuras, llevando en torno un segundo ejército de mujeres y chiquillos.

El momento fue terrible cuando al sentarse a la mesa fijaron los tres sus ojos en aquel sitio vacío que otro tiempo ocupaba Magdalena. Amaury estuvo a punto de dejar que estallara de nuevo su dolor, pero haciendo un esfuerzo para dominarse se levantó y cruzando rápidamente el salón dirigiose al jardín. Poco después dijo el doctor a su sobrina: Antoñita, ve a buscar a tu hermano.

La impresión de Amaury al entrar en el salón fue profunda. Antonia estaba sentada en el mismo sitio donde acostumbraba sentarse, pero también era donde se sentaba Magdalena.

Todos los días, al sentarse a la mesa, el señor Munster quedaba pensativo, sin dejar por esto de mover las mandíbulas, y acababa por formular la misma pregunta, en un castellano gangoso: Pero ¿de veras que ninguno de ustedes conoce el bridge?... ¡Un juego tan distinguido!