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La veía muchas veces desde la huerta, en su gabinete, sentada, arrodillada, o de bruces al balcón mirando al cielo. Ella casi nunca reparaba en él; no era como antes que le saludaba siempre. Aquello de Ana también era una enfermedad, y grave, sólo que él no sabía clasificarla.

No procuré cambiar de traje, y me puse el muy empolvado de la víspera, que me olía a lo que huelen los caminos de la Mesa Central, a sequedad y tierra estéril. Cuando entré en el comedor, ¡qué comedor! una pieza de seis varas cuadradas, mi tía Pepa, muy risueña y parlera, me esperaba sentada a la mesa. ¡Por Dios, Rorró! ¡Quieres que me un ataque!

Era un joven de buena presencia y vestido con esmero. Iba a proseguir su paseo cuando notó a la joven sentada bajo la glorieta, inmóvil y con la cabeza inclinada. Se le escapó un grito ahogado. Se deslizó a lo largo de la cerca y se aproximó sin ruido. A cinco o seis pasos de ella se puso un dedo sobre los labios y balbuceó: ¡Elena, querida Elena!

La vieja lo notó, y la tiró desabridamente del traje, y es muy probable que la sermoneara con algun pellizco, esos pellizcos afectuosos que las madres dan á las hijas. El caballero quiso replicar.... ¡Aquí fué Troya! La vieja no sabia cómo estar sentada; sudaba; se llevaba las manos a la cabeza; paladeaba contínuamente, porque sin duda se le secaba la saliva en la boca.

Mientras la Delfina y Severiana hablaban, Fortunata, que continuaba sentada, examinó con curiosidad a la esposa de aquel, fijándose detenidamente en el traje, en el abrigo, en el sombrero... No le parecía propio venir de sombrero; pero por lo demás, no había nada que criticar. El abrigo era perfecto. La de Rubín hizo propósito de encargarse el suyo exactamente igual.

Marta no había dicho una sola en todo el tiempo. Sentada en una silla baja, al lado del balcón, seguía atentamente la obra de croché que tenía en la mano. Ricardo estaba reclinado en el sofá cerca de don Mariano.

Creo que volvió por allí dos o tres veces durante la noche, y que no quise ceder a nadie, ni al mismo Guzmán, ni al pobre Ángel, que tan encarecidamente me lo rogaba, el consuelo de pasar aquella más sentada a la cabecera. Fue larga, muy larga la noche, esto lo recuerdo bien; pero no tanto el pormenor de lo que hice y sentí durante ella.

¡Ah, , Sol! y Sol le pasaba la mano por la frente, y le apartaba de ella los cabellos húmedos. Lucía arreglaba las almohadas de manera que Ana pudiera estar como sentada. Sus amigas todas rodeaban la cama, y Ana, sin fuerzas aun para hablar, les pagaba sus miradas de angustia con otras de reconocimiento. Parecía que era dichosa.

Volviéronse ambas a sus habitaciones; y dos horas después, cuando, el día empezaba a aclarar, Juana estaba todavía sentada a los pies de su lecho con las mejillas húmedas y la mirada fija en el espacio.

Las puertas ventanas del comedor se abrían al nivel del jardín. La madre y la hija entraron en él y se sentaron juntas en un banco rodeado de lilas cuyas hojas empezaban a brotar. Apenas sentada Juana exclamó: Madre mía, después de lo que ha dicho ese hombre, si le mata... será un verdadero asesinato...