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Entonces, sin darse cuenta cabal de lo que aquello significaba, pero entendiendo vagamente, quedó un instante suspenso con sus grandes ojos azules muy abiertos. Y ya no volvió a coger más flores. Mientras tanto la condesa de Peñarrubia, sentada cerca de la fuente, hacía las delicias de los excursionistas recitando con alta declamación La siesta, de Zorrilla.

D. Gabriel es un chiquilicuatro sin fundamento, y mi amiga haría muy bien en ponerle una calza al pie. ¿Qué es eso de mirar a las chicas bonitas? ¿Hase visto mayor desvergüenza? Un barbilindo que debiera estar en la escuela o cosido a las faldas de alguna persona sentada y de libras que fuera un almacén de buenos consejos... ¿cómo se entiende?

Doña Gertrudis, esposa del señor don Mariano de Elorza, dueño de la casa en que nos hallamos, está sentada, o por mejor decir, recostada en un sillón al lado de Isidorito. Aunque no pasaba de cuarenta y cinco años de edad, representaba casi tantos como su marido, que frisaba ya en los sesenta.

Pero cuando sonaron las Ave-Marías de las tres, levantáronse todos, aliñáronse, y habiendo avisado doña Guiomar que los esperaba en un sombroso cenador del jardín, allá se fueron, y a doña Guiomar encontraron sentada en unos cogines, bajo la sombra de las tupidas enredaderas, de las zarzas rosas y de los jazmines que el cenador cerraban, dejándole en aquella hora, que era la del gran calor, en una media luz y con tal frescura, que allí no se conocía que fuese verano y en el punto más caloroso.

Este anuncio sirvió para que las comadres de la Presa se imaginasen algo nunca visto; y después de la cena empezaron á formarse grupos de curiosos frente á las ventanas iluminadas. Algunas mujeres se ponían una mano junto al oído pura escuchar mejor, imponiendo silencio á las compañeras con sus codazos. Elena, sentada al piano, cantaba romanzas sentimentales mientras iban llegando sus invitados.

Vió sentada en el umbral de su puerta á Sebastiana, que parecía aguardarle, á juzgar por el gesto de satisfacción con que le acogió.

O hablando con exactitud, las que bordaban eran doña Esperanza y Esperancita: Mariana se mantenía sentada en una butaca, mirando al vacío en perfecto estado de inmovilidad. Pepe Castro y Ramón eran amigos íntimos de la familia y se les recibía sin ceremonia y con agrado.

De lo que podía envanecerse era del pelo, tan rubio, fino y abundante, tanto y tan largo, que sentada para peinarse le llegaba al suelo, envolviéndola en un manto de oro.

Mi tío contestó con premura que le sería muy grato recibir al señor de Kerveloch, y le invitó a almorzar, sin presumir que salía al paso a un acontecimiento que, desvaneciendo sus sueños, debía resucitarme la esperanza. Según nuestra costumbre, nos hallábamos reunidos en el salón. Blanca preocupada y sentada cerca del fuego, respondía con monosílabos al señor de Couprat.

Cayó sentada en la madera, abierta la boca, los ojos espantados, las manos extendidas hacia el enemigo, que el terror le decía que iba a asesinarla. El Magistral se detuvo, cruzó los brazos sobre el vientre. No podía hablar, ni quería.