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Dice la Senectud: "¡Yo te saludo doblando hacia la tierra mi esqueleto; eres el peristilo de mi cripta, eres mi enterrador, eres mi féretro! Noto que ya fermentan los gusanos bajo mi vestidura de pellejo; yo que has de tejerme con tus noches una mortaja negra: sólo ruego que me arranques del cráneo las ideas; ¡queman como rescoldo!"

Triste es la vida, , bella criatura, Pero tambien en ella hay gratas flores, Que llenan con suavísimos olores El sendero, que lleva á la virtud; Hay tambien sus delicias inefables En llenar los deberes de la esposa, La mision de la madre cariñosa, Y aliviar la cansada senectud.

La censura del matrimonio y de las mujeres ha sido en manos de los satíricos clásicos un lugar común, un motivo de chistes y de amplificaciones, como podía serlo el elogio del mosquito o de la pulga. Observemos, no obstante, que nunca se multiplican ni recrudecen tanto las sátiras contra el matrimonio como en los tiempos de decadencia y senectud moral.

No confunda usted la debilidad de la senectud con la de la niñez: ambas son debilidad; las causas son, no obstante, diferentes; esa franqueza, esa aparente confusión y nivelamiento extraordinario, no es el de una sociedad que acaba, es el de una sociedad que empieza, porque yo llamo empezar... ¡Oh! , , entiendo. ¡C'est drôle! ¡C'est drôle! repetía mi francés.

D. Gregorio algunos graciosos y queridísimos nietos, que fueran el hechizo y el consuelo de su cansada senectud. No acierto a encarecer cuánto se deleitó Rafaela al concebir este proyecto y el arte delicado y el impaciente afán con que trató de realizarle.

Dios te colme de santas bendiciones Apretando los duros eslabones Que separan del vicio á la virtud, Y tierna madre, enamorada esposa, Mire brotar pimpollos de mi rosa Para aliviar mi ingrata senectud.

Absorto en su austeridad hierática, el país del sacerdote representaba, en tanto, la senectud, que se concentra para ensayar el reposo de la eternidad y aleja, con desdeñosa mano, todo frívolo sueño. La gracia, la inquietud, están proscriptas de las actitudes de su alma, como del gesto de sus imágenes la vida.

Sobre el borde del barranco se inclinan las siete encinas que forman la fachada del bosque, cuyos troncos fuertes y robustos las denuncian por las más viejas; sus ramajes, los más espesos, carecen de aquellas saetas negras, preferidas por los tordos, que sirven de atalaya a los pájaros y atestiguan la senectud de los árboles; extienden sus ramas acodilladas en la pendiente de la cañada, y sus raíces, casi a flor de tierra, hinchan el césped y el musgo que las cubre.

Pasadas aquellas fuertes emociones, mi amo cayó en profunda melancolía; apenas hablaba; diríase que su alma, perdida la última ilusión, había liquidado toda clase de cuentas con el mundo y se preparaba para el último viaje. La definitiva ausencia de Marcial le quitaba el único amigo de aquella su infantil senectud, y no teniendo con quién jugar a los barquitos, se consumía en honda tristeza.

La adversidad había esperado para llagarle el corazón los años de senectud; y, a la par de los abrumadores quebrantos, el mismo mundo material cobraba una vida hostil en torno suyo.