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Era forzoso, pues, vender el caserón y resignarse a vivir en alguna casa modesta de los arrabales. De todos modos añadió doña Guiomar ya no precisas de muchos dineros. La santa Iglesia demanda bienes más puros; y agora pienso que puedes cursar la Teología en el mesmo seminario de esta ciudad. Ramiro escuchó a su madre con verdadero estupor.

Esto, no obstante, mientras se edificaba la nueva obra, habilitó aquel Seminario, y en él empezaron ya por de pronto a mejorar su suerte los mendigos y los expósitos. Después de vacilar por algún tiempo acerca del sitio que debía ocupar la nueva casa, se decidió por el que hoy existe, con cuyo objeto compró un huerto de los racioneros de San Martín y otro de Don Alejandro Barrachina.

Los primeros años de su juventud los pasó aprendiendo buenas letras en el Seminario de San Francisco Xavier de Nápoles, donde le enviaron á estudiar sus padres.

Eso , y bien claro se lo solfeó á su hijo: «Si llegas á gastar los cuartos que me valieron las tierras sin cantar misa, Dios te la depare buena, porque, lo que es yo, te abro en canalContribuyó mucho á que el chico entrara en el Seminario, el consejo del mayorazgo de la Casona.

No he padecido nunca de ese mal... Bien es verdad que tampoco usted padecería si se hubiera pasado cinco años en el seminario comiendo judías con sal, y arroz averiado: saldría usted de allí comiéndose las correas de los zapatos, como este cura... ¿Es usted cura? No, señor; es un decir: estudio para ello. ¡Ya me parecía!

Yo sospecho continuó el doctor que mi pobre Carraspique está supeditado a la voluntad de algún fanático, v. gr. el Rector del Seminario. ¿No le parece a usted que puede ser el señor Escosura, ese Torquemada pour rire, el que ha traído a esta casa tanta desgracia? No, señor; no creo que sea ese, ni que haya en esta casa tanta desgracia como usted dice. ¡Van ya dos niñas al hoyo! ¿Cómo al hoyo?

El ascético sacerdote gozaba más con perfeccionar las almas creyentes y buenas, que en atraer las que definitivamente se hallaban en las garras del pecado. Lo primero que se le ocurrió leer al P. Gil fue cierta Vida de Jesús, muy popular a la sazón entre los impíos y de la cual se hablaba siempre con desprecio mezclado de terror en el seminario. La leyó con profundo dolor y tristeza.

Tenía entonces cuarenta años; sentíase ágil y fuerte, y aunque su humor era pacífico y nunca había tocado un fusil, le animaba el ejemplo de algunos estudiantes tímidos y piadosos que se habían fugado del Seminario, y, según se decía, peleaban en Cataluña tras la capa roja de don Ramón Cabrera.

¡Desvergonzado! ¡Puerco! ¡Eso te enseñan en el seminario, gran tuno! ¡Malos diablos te lleven a ti y a todos los capellanes! ¡Ven acá, ven otra vez y verás cómo te arranco esas narizotas podridas!

Teniendo el apoyo secular de la Fe, ¿a qué buscar el auxilio de la Razón para sostener sus tradiciones y justificar sus dogmas? Sintió Gabriel la misma fiebre de curiosidad que de niño le había obligado a encorvar su espalda ante los volúmenes encuadernados en pergamino de la biblioteca del Seminario.