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Soledad lo vió al principio con indiferencia; pero la alegría de las chavalas al cabo fué tan ostentosa, sus carcajadas tan repetidas y sonoras, que concluyeron por crisparla. Sintió la mordedura de los celos, y sin prever las consecuencias se acercó al grupo y mostrando semblante alegre quiso tomar parte también en la jarana.

Lo primero que deben hacer es ponerle a remojo para que se le ablande la mugre. Ramón miró al Pituso. Su semblante no expresaba tampoco una convicción muy profunda respecto al parecido. Sonreía Benigna, y si no hubiera sido por consideración a su querida hermana, habría dicho del Pituso lo que de las monedas que no sonaban bien: Es falso, o por lo menos, tiene hoja.

Cuando Amaury cerraba la carta que queda transcrita, el señor de Avrigny salía de la estancia de su hija para encerrarse en su despacho. El doctor estaba pálido y tembloroso y en su semblante notábanse las huellas de un profundo pesar.

¿Y qué... tendría yo que hacer? preguntó con voz ahogada, quebrada, debil. Una cosa muy sencilla, repuso Simoun cuyo semblante se iluminó con un rayo de esperanza: como tengo que dirigir el movimiento, no puedo distraerme en ninguna accion.

Diómela, como recuerdo, el viejo morisco que no quiso permitir que los demás me acabasen a cuchilladas. El hidalgo contrajo su semblante, y poniendo la diestra sobre el hombro de Ramiro, díjole quedamente, para que sólo él le escuchara: Por la honra de su nombre, vuélvase vuesa merced a su aposento y esconda esa daga donde nadie la vea, que yo lo que le importa.

En medio de todas aquellas jóvenes engalanadas y hermosas, se destacaba como una excepción, tan marcada era la expresión indefinible y casi sobrenatural que el vigor y la elevación de sus pensamientos imprimían a su fisonomía. En ese día nada era más misterioso ni más melancólico que su semblante. Ausente, aunque presente, no escuchaba las frases que volaban en torno suyo.

Montiño la veía luchar con una fascinación amorosa. La veía sufrir. Los ojos de Dorotea se bajaban y volvían á levantarse para mirar á Juan Montiño con más insistencia de una manera más elocuente. La despechaba el no poder encubrir la impresión que la causaba el joven, y su semblante se encendía en rubor. Acaso hasta entonces no se había ruborizado Dorotea.

Amaneció el día siguiente. Y seguía lloviendo, y nublado y sin señales de mejor tiempo. Estaba en su despacho el duque de Lerma, y su secretario Santos escribía á más y mejor lo que el duque le dictaba. Se notaban en el semblante del duque señales de insomnio. Lo que demostraba que había pasado muy mala noche.

«¿Por qué no me mirasle preguntó una noche, con semblante ceñudo. Porque... No dijo más; se comió el resto de la frase. Dios sabe lo que iba a decir. Bebía los vientos el desgraciado chico por hacerse querer, inventando cuantas sutilezas da de la manía o enfermedad de amor.

Tenía absoluta confianza en su elocuencia y sabía que más tarde ó más temprano llegaría á convencerla. Lo peor era que Antoñico rondaba la costa. En cuanto salían de casa ya lo tenían encima. En el Perejil, en la plaza de Mina, en todas partes se pegaba á Soledad como una lapa. La joven, en vez de huirlo, parecía buscarlo, le mostraba un semblante risueño y satisfecho.