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Recogieron los ladrones las hermosas medallas, apoderáronse también de la plata labrada que hallaron a mano, y se retiraron de los Pazos a las seis, antes que anocheciese del todo. Algún labrador o jornalero les vio salir, pero ¿qué había de hacer? Eran veinte, bien armados con escopetas, pistolas y trabucos.

A las seis de la noche llegò el indio que fuè al Rio Negro llevar la noticia de mi entrada en el Colorado, al Señor D. Francisco de Viedma, con la deseada respuesta de haberla recibido dicho Señor, y todos en general se les dió de comer y aguardiente.

Ayer, a las seis de la mañana, cabalgué en esta hermosa fiera, como le llama mi padre, y me fui con mi padre al campo. Mi padre iba caballero en una jaca alazana.

Porque han de saber mis lectores chilenos que por entonces había en San Juan sacerdotes libertinos, curas, clérigos, frailes, que pertenecían al partido de la Presidencia. Entre otros, el presbítero Centeno, muy conocido en Santiago, fué, con otros seis, uno de los que más trabajaron en la reforma eclesiástica.

A mi amo y a los que le seguían nos tocó formar en las filas del regimiento de Farnesio, mientras que los lanceros de Sevilla fueron casi todos incorporados al regimiento de España. El día 13 nos separamos de nuestros compañeros y tomamos el camino, mejor dicho, las veredas y trochas que conducen a Menjíbar. No llegábamos a seis mil; pero éramos buena gente, aunque me esté mal el decirlo.

La tercera jornada que emprendemos como siempre, a las ocho de la mañana, habiéndonos dado cita para las seis, será, también muy corta, pues pensamos detenernos en Villeta, adonde llegaremos a las tres de la tarde.

Cada seis meses confesaba todo el colegio con su director espiritual, quien los preparaba previamente en el estudio de la doctrina cristiana y con un examen de conciencia colectivo; se hacía en el salón mayor del establecimiento a fin de que cupieran todos los alumnos; las ventanas se entornaban para que en la estancia hubiese una luz discreta y misteriosa que convidase al éxtasis y la meditación; cada cuál estaba sentado en una silla formando círculo en torno del cura, el cual iba leyendo por un libro los diversos pecados que en la vida pueden cometerse y explicándolos en seguida con proligidad invitándoles después a recordar si tenían que acusarse de ellos.

Vamos, usted está loco o quiere quedarse conmigo... y conmigo no se queda nadie, se lo advierto. Yo conozco esas monjas desde hace cinco o seis días. He sido llamado como médico por la madre superiora, después las he acompañado alguna vez por cortesía. Nada más que esto.

No era tan fácil como puede parecer seducir a Moro, aunque sólo fuese en la apariencia. Nada tenía de arisco; al contrario, gozaba justa fama de caballeroso y galante con las damas. Pero cuando las damas se hacían incompatibles con el billar o el tresillo no lo había más grosero y cerril en seis leguas a la redonda.

En primer lugar tenía diez y seis años, después la personita que se miraba al espejo, tenía una carita que no le disgustaba; luego hice dos o tres piruetas pensando en la estupefacción del cura ante mi nueva ciencia. Cuando llegó, rosado y risueño, hacía mucho tiempo que llevada por mi impaciencia me había instalado junto a la mesa.