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Por la mañana saliendo de su despacho se encontró en el corredor con ella. Estaba pálida. Se acercó a él y cayó en sus brazos. Tristán la estrechó contra su pecho. Lloraron en silencio largo rato. Ambos sentían que su felicidad estaba rota, que algo siniestro se cernía sobre ellos y que no les dejaría hasta secar el amor en su corazón.

Además, en esta masa de combatientes había tiradores marroquíes, negros y asiáticos, que parecían crecerse lejos de las ciudades, adquiriendo á campo raso una superioridad que los convertía en maestros de los civilizados. Junto á los arroyos aleteaban ropas blancas puestas á secar.

Por encima de las techumbres de los almacenes vió un patio donde estaban puestas á secar enormes cantidades de carne convertida en cecina. A puñados arrebató esta reserva alimenticia, arrojándola en el cesto que había sacado del bote. También limpió otro patio de los víveres que guardaba formando montones, y los depositó en el mismo cesto sin ningún orden.

Las ovejas se agrupaban protegiéndose mutuamente de la calcinación solar de los sesos, que cada una ponía bajo el vientre de la vecina, hasta ofrecer, en compacto conjunto, el aspecto de grandes quillangos puestos a secar.

D. Restituto comenzó a darles instrucciones, aprobó algunas cosas, reprobó otras, olvidándose por completo de su huésped. Uno de los operarios le participó que el molino había parado porque el hijo de Cosme había desviado el agua más arriba para secar el cauce del riachuelo y pescar las anguilas.

Entre ellas, Aguirreche, la de mi abuela, convertida hoy en casa de pescadores; se destaca por su magnitud, con las ventanas y balcones atestados de ropas puestas a secar, de aparejos con corchos y anzuelos. Ahí siguen todas esas viejas casas bien agarradas al suelo, con sus negros paredones y sus tejados llenos de pedruscos.

Jacinta hubiera querido subir también; pero Guillermina la sofocaba con sus prisas. «¿Hija, sabes la hora que es?». «, nos iremos... Lo que es por , ya estamos andando» decía la otra sin moverse del corredor, mirando a la techumbre, en la cual no veía otra cosa que el horrible tinglado donde colgaban los cueros puestos a secar.

«Para curar el pasmo que proviene de hambre se saca hojas del arbusto Laguindi y se cuece como la esplicacion de la yerba Tantae bajo la misma aplicación para la cura de esta enfermedad. Las hojas de este mismo arbusto ahuyenta los chinches dejándolas secar sobre sillas ó catres atestados de este bicho.

Al cabo sacó el pañuelo para secar sus ojos que la frescura de la brisa, sin duda, había mojado, y murmuró con su habitual sonrisa bondadosa: ¡Pensé que estaba curado! ¡Buen chasco! Y se dispuso á retirarse. Pero cuando hubo avanzado un poco sintió los pasos de un hombre que venía. Retrocedió nuevamente hasta el pretil para ocultarse en la oscuridad. Al llegar cerca del farol, lo conoció.

Acariciaba, más le hacía pagar las caricias: «¡Ahora le da el sentimiento al niño! ¡Quieres callarte, tontuelo! ¿Te figuras que estoy yo aquí para templar gaitas? ¡Bueno, bueno, ya empieza el lloriqueoCon estas y otras tales expresiones abría la llave de las lágrimas que su mano trataba de secar. Mas no pararon todavía aquí las cosas.