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No dijo nada la señorita; no hizo más que sonreír de un modo que significaba: «¡Qué raro verme aquí!». Guillermina alzó la voz desde la sala diciendo: «Pasa, aquí estoy...». Estupiñá, siempre delicado, se apartó para dejarlas hablar a solas. Parecía que la santa reprendía paternalmente a la otra: «Si ya te he dicho que lo dejes de mi cuenta. Yo me entiendo.

El Marqués tenía a sus dos lados a la de Grevillois y a Sofía Jansien, y, mientras nos sentábamos, le decir: En 1590, una señorita La Fertè-Jonchère se casó con un caballero de Grevaulx-Loys, de donde debe de haber salido, después de varias alteraciones de lenguaje, la familia de usted: Grevaulx-Loys... Greville-Loys... Grevillois... ¿Comprende usted?

Lo único que persistió en ella, quitándole el sueño, fué la duda de si verdaderamente aquellas dos personas habían nombrado en su conversación á la señorita de Rojas. Y volvió á preguntarse muchas veces: «¿Qué tendrán esas gentes que decir de mi niña?...» Robledo pasó igualmente una noche agitada.

En la atmósfera flotaban los últimos resplandores del sol ya puesto, y la árida campiña aparecía envuelta en una claridad medrosa, mientras al lado opuesto se iba extendiendo una ancha faja oscura, que se dilataba lentamente por el cielo. El traje de Paz formaba una mancha clara cortada por los hierros de la verja: Pateta se comía con los ojos a la señorita, sin adivinar lo que querría decirle.

Y no porque la coquetería desplegada en los disfraces llegase al grado que alcanza entre la gente de alto coturno que asiste a bailes de trajes y suele reflexionar y discurrir días y días antes de adoptar un disfraz habiendo señorita que se viste de Africana por lucir una buena mata de pelo, o de Pierrette por mostrar un piececito menudo ; no por cierto.

¿Y no han dicho los niños si habían visto cerca de él a alguna persona? , señorita; detrás de él dijeron que iba un hombre cojo con americana clara y sombrero ancho. ¿No han dado ustedes ese detalle a los guardas? , señorita. Carlota meditó un instante en silencio. Y el hombre ese ¿no se había acercado antes al niño? No lo hemos visto, ni los demás niños tampoco.

Sonaron al fin verdaderamente las campanas de San Felipe. Dejó bruscamente el libro y abrió la puerta del cuarto de su doncella: ¡Genoveva, Genoveva! Ya estoy despierta, señorita. Levántate; ya tocan en San Felipe. En un abrir y cerrar de ojos se levantó, se vistió y apareció en el gabinete de su ama.

María comprendiendo aquel movimiento de cariño, corrió velozmente hacia la señorita, y apoyando su cabeza en el seno de ella, murmuró entre gemidos: ¡Por Dios!... ¡déme usted un abrazo! Florentina la abrazó tiernamente. Entonces, apartándose con un movimiento, o mejor dicho, con un salto ligero, flexible y repentino, la mujer o niña salvaje subió a un matorral cercano.

Las sospechas de la vizcondesa adquirían aún mayor cuerpo por esa intimidad que las lecciones de pintura habían establecido entre el artista y su amiga, acabando por creer la señora de Aymaret que la joven renunciara al convento desde el momento que se convenció de que su amor era correspondido por su parte, y, considerándose la señorita de Sardonne por demás afortunada en verse relevada de entrar en mayores explicaciones, dejó que su amiga perseverara en tales conjeturas.

Grande fue el asombro del doctor al ver a la señorita sola y con aquel interesante aparato de pena y desconsuelo, que lejos de mermar su belleza, la acrecentaba. ¿Qué tiene la niña? exclamó con interés muy vivo . ¿Qué es eso, Florentina? Una cosa terrible, Sr.