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Señora, ése es mi deber, y puede usted estar segura de que jamás faltaré a él. ¡Bueno, hija mía! permíteme un beso. Beatriz se levantó y le presentó la frente.

Que todo lo parece en su postura, Y dura condicion, el talle ilustre De la ciudad, la condicion del monte. A pobre escudero me parece, Segun en la galera se trataba, Que de su hacienda no mas, señora.

Corrió la chiquilla, y volvió desalada al instante diciendo: «Señora, D. Romualdo». Efecto de gran intensidad emocional, que casi era terrorífica.

no sabes que ahora mi señora mamá, después que ponga fin a la justiciada de allá, ha de venir a emprenderla conmigo por la escapatoria de ayer tarde. ¿Olvidas, hombre ligero y frívolo, que has de atestiguar que me viste ayer ocupado en dar vueltas a la noria? No quiero farsas, ni falsos testimonios, ni tengo para qué ver a doña María... Adiós. Hombre cruel, detente. Mi madre sale.

Señor continuó la señora de Laroque, se le va á mostrar la habitación que le hemos destinado, ajustándonos al formal deseo del señor Laubepin; pero antes permítame que le conduzca á la habitación de mi suegro, que tendrá placer en conocerle. ¿Quiere usted llamar, prima? Espero, señor Odiot, que nos hará usted el placer de comer hoy con nosotros. Adiós, señor, hasta muy luego.

Los niños jugaban en el parque mientras la señora de Bray iba y venía por el paseo que conducía al bosque vigilándolos de cerca. Se perseguían a través de las espesuras, con gritos que imitaban los de quiméricos animales y los más a propósito para asustarlos.

La introducción de esta pieza, escrita en su mayor parte en versos de arte mayor, puede dar una idea general de su argumento: Estando Nuestra Señora orando á Dios Padre, acabada ya su oracion contemplaba en lo rezado, y estando en este Santo pensamiento entra un angel, que Dios Padre le embia, con el qual le concede toda plenitud de gracia; y así mesmo le trae una donzella, que la razon se llama; para que de ella se sirva y le acompañe.

El muchacho, que no podía tener desconfianza viendo una señora elegantemente vestida, salió corriendo a evacuar el recado.

Por lo común se interrumpía en mitad de su relato, después de advertir: "Pero ahora ustedes van a ver". Y quedaba como ensimismado, durante algunos segundos. Mi abuela, decía fue muy amiga de doña Remedios Escalada, la mujer del general San Martín, una señora distinguidísima, muy buena moza.

La señora llamó a su doncella. Su voz sonora, pastosa, vibrante, lanzó unas palabras de las que apenas pudo Rafael alcanzar las principales sílabas. El rumoroso silencio de la altura pareció plegarlas y confundirlas; pero el joven estaba seguro de que no había hablado en español. Era sin duda una extranjera...