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¿No me la habías visto? dijo con mucha naturalidad Currita . Me la regaló la reina el último día de mi santo.

La mudanza de vida que hizo este afortunadísimo neófito, fué la que se podía esperar de la gracia del Espíritu Santo, que le había tan abundantemente entrado en su corazón.

Pero ¿por qué razón? ¿Debemos condenar al convento de San Felipe de Madrid, tan santo y respetable, y á otros muy venerados, porque en ellos se representen comedias en la sacristía?

E inclinándose hacia Ana, añadió en voz baja y melosa: ¡Mírele usted, está hoy lo que se llama hermosísimo ese apóstol de los gentiles! ¡Qué roquete! Parece de espuma.... En el nombre del Padre..., del Hijo... y del Espíritu.... Santo... Pero, ¿y si él se empeña en que vaya? Es muy débil... si insistimos, cederá. ¿Y si no cede, si se obstina? Pero, ¿por qué? Porque... es así.

El reino de Córdoba dependió luego de los amires de Sevilla, y á fines del siglo XI pasó bajo el imperio de los amires de Africa, almoravides y almohades. Poseianle estos últimos cuando en el primer tercio del siglo XIII se rindió á las armas de D. Fernando el Santo.

En vano viejos pueblos enervados Escriben por el miedo dominados «El oro! el oro es de la tierra DiosQue ella dice con hechos elocuentes: «En los pueblos viriles y valientes «El Dios, es de la patria el santo amor

En la suave sombra del retiro hallé la paz, la paz que a un mismo tiempo nos ablanda y fortalece, y que mira tranquila los golpes de la suerte como el santo mira los sepulcros. ¡Dulce olvido de la marcha del tiempo, suave alejamiento de los hombres, que llevas a amarlos más que su trato!, sacas blandamente de la herida el dardo que en el alma clavó la injusticia.

«Figurémonos que usted se me muere: ¿qué va a ser de ?». «Es horroroso, es horroroso, pensaba el Magistral, pasar plaza de santo a sus ojos, y ser un pobre cuerpo de barro que vive como el barro ha de vivir. Engañar a los demás no me duele; ¡pero a ella!

En menos tiempo del que para contarlo hace falta, traspusieron el cielo pétreo, de que habla Anaxágoras, el de aire vitrificado por el fuego que ideó Empédocles, las bóvedas cóncavas que imaginó Platón, y los tres cielos, luminoso, sideral y cristalino, de que habla Santo Tomás.

Reyes, tocando la flauta, recordaba un santo músico de un pintor pre-rafaelista.