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Según el testimonio universal, jamás hombre alguno había hablado con espíritu tan sabio, tan elevado y santo como el ministro aquel día; ni jamás hubo labios mortales tan evidentemente inspirados como los suyos.

Entonces nació Martí. Fue su padre don Mariano, español, y Sargento cumplido del Ejército; y su madre, doña Leonor Pérez, hija de Canarias. El sábado 12 de febrero del mismo año en que naciera, fue bautizado en la iglesia del Santo Ángel Custodio por el presbítero don Tomás Sala y Figuerola.

Dos horas después volvimos á la iglesia; sacaron otra vez al santo en procesión, rezóse el rosario y nos fuimos á la romería, que se desparramaba en una pradera inmediata á la iglesia. Hiciéronme ver uno por uno todos los bailes: éste porque era de guitarra, el otro porque era de pandereta, y por ser de gaita el de más allá.

Eran dos columnas cerradas de prosa poética, engalanada con todas las flores de la retórica, en que se cantaba la dulce influencia de esta mitad del género humano. Aseguraba en términos calurosos, que la civilización no existe sino en el matrimonio. El amor conyugal es su única base. Todo es santo, todo es hermoso, todo es feliz en el lazo íntimo que une a dos jóvenes esposos.

Porque éste no pone los ojos en ellas; porque saben que hace tiempo se siente inclinado hacia , con el amor honesto y respetuoso de un joven cristiano. Las que te hablan contra él, es porque te tienen envidia. Después de este hábil halago á la vanidad de la joven, continuó con una expresión de bondad y tolerancia: Yo no digo que Urquiola sea un santo.

Amigos , porque lo que es querer... No vuelvo yo a querer a ningún hombre, como no sea a mi marido, siempre y cuando haga lo que le mando. ¡A su marido! No me parece mal. Y ahora que está hecho un santo... Santo, no... ¡qué simplezas dice usted! Santo; así como suena. De modo que será usted también santa... Pues yo seré su discípulo.

Su señoría ilustrísima bautizo a los niños moros, que aguardaban su venida, como los padres del Limbo el santo advenimiento, y confirmó a los no confirmados, que se contaban a centenares, entre ellos no pocos harto talludos. Doña Inés se lució dando hospedaje al señor obispo, y este se fue del lugar muy maravillado y gozoso de la magnificencia y primor con que allí se vivía.

Para librar su cabeza de las corrientes frías de la iglesia, llevaba en el bolsillo un gorro negro, y se lo calaba al entrar. Era gran madrugador, y por la mañanita con la fresca se iba a Santa Cruz, luego a Santo Tomás y por fin a San Ginés.

Dos capones de Bayona y una docena de botellas de vino de mi propia cosecha le regalé el 4 de Octubre, día de su santo, y aún no me pareció esta fineza proporcionada al servicio que me había hecho. Prosigo ahora con Doña Cándida. ¡Oh, qué mujer!, ¡qué jarabe de pico el suyo! Era frecuente oírle esta frase: «Me voy, me voy, que ha de venir a verme mi administrador, y no quiero hacerle esperar.

El padre Aliaga no tiene más defecto que ser tonto dijo Quevedo mirando de cierto modo al bufón. Vaya, hermano don Francisco, hablemos con lisura y como dos buenos amigos; ya sabéis vos que tanto tiene de simple el confesor del rey, como de santo el duque de Lerma.