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Ese que es un bicho sanguinario, pérfido, maléfico, cobarde y vil por todos cuatro costados. No piensa más que en desgarrar á la víctima y en beberse la sangre que brota caliente de la herida. Todos los animales le odian, y á todos los odia él, pero no se atreve á atacar más que á los débiles ó á los heridos. Sólo el frenesí del hambre puede impulsarle á meterse con otro más fuerte.

Cuidadosos pues los Catalanes de poner su asiento por aquel invierno en algun sitio acomodado, corrian toda la tierra, reconociendo puestos que poder ocupar, y recoger bastimentos y vituallas compradas con sangre, y con dinero.

»Yo apenas me sentía con fuerzas para hablar; mis ojos se cerraban; el frío de la muerte helaba la sangre de mis venas. »Pues bien repliqué trabajosamente; recupera esos bienes por los que lo he sacrificado todo. Cuatro horas más, y renuncio al oro, a las riquezas que tanto ambicioné. »Conforme dijo entonces Yago. Has sido un buen amo para , y debo hacer algo en tu obsequio.

«Es muy útil dar de tomar á las paridas cocimiento de la corteza del arbol Tanag al objeto de echar fuera la sangre coagulada. Para este mismo padecimiento las hojas de la Yerba Daloydoy se pasan un poco al fuego para ahuyentar la frescura y se aplican al vientre. También á falta de Daloydoy suple las hojas de la yerba Peregrina bajo el mismo método de aplicación de la Daloydoy.

LEONOR. Si necesitas mi sangre, aquí la tienes. MANRIQUE. ¡Leonor! ¡Qué desgraciada en amarme has sido! ¿Por qué, infeliz, mis amores escuchaste? ¿Y no me aborreces? LEONOR. No. MANRIQUE. ¿Sabes que presa mi madre espera tal vez la muerte? ¡Venganza infame y cobarde! ¿qué espero yo...? LEONOR. Ven... No vayas... Mira, el corazón me late, y fatídico me anuncia tu muerte. MANRIQUE. ¡Llanto cobarde!

Con este talante y acompañamiento, y un asistente inglés tan gaucho y certero en el lazo y las bolas como el patrón y los parientes, emigraba el joven Navarro para Coquimbo; porque joven era, y tan culto en su lenguaje y tan elegante en sus modales, como el primer pisaverde; lo que no estorbaba que cuando veía caer una res, viniese a beberle la sangre como un salvaje.

A imitación de otros muchos paisanos que habían llegado con dinero de Cuba antes que él, aspiraba a ennoblecer su sangre y adquirir mayor prestigio uniéndose a alguna señorita pobre de la villa, abandonada por esto y por vieja de los jóvenes. Pero aunque no la mostrase, la procuraba alguna salida.

Aflojábanse sus tirantes nervios, y corría por sus venas esa inexplicable sensación de calor rítmico, que anuncia que el curso de la sangre regulariza, y que el reposo comienza.

A ésta debe sus goces, su elegancia, todas sus luces; y prospera con sus utilidades, y vive de su médula y de su sangre.

Me parece que lo mejor será que hagas a pie el corto camino a través de la pradera... si no sientes ningún dolor, se entiende. Gertrudis lanza una mirada a Juan, y se apresura a decir que . El aire es tibio, la hierba está seca continúa Martín, y Juan podrá acompañarte. Gertrudis se estremece y la sangre sube a sus abrasadas mejillas. Los ojos de Juan buscan los suyos, pero ella los evita.