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Otros abiertos e iluminados, dejaban escapar, como los de las de Pajares, el sonoro tecleo del piano, acompañado algunas veces por el rítmico chorrear de las macetas recién regadas. En los corrillos de la plaza partíanse enormes sandías, y las mujeres, con el moquero sobre el pecho para librarse de manchas, devoraban las tajadas como medias lunas, chorreándoles la boca rojizo zumo.

Este, sentado entre una barricada de melones y sandías, parecía una figura chinesca, y atraia con sus galantes invitaciones; aquel, como un mostrador ambulante, llevaba sobre la cabeza una enorme artesa ó canasta de mimbres, donde bailaban á cada movimiento los panecillos de azúcar ocañera, las cajetillas de suculento ariquipe, los atados de cigarros y los olorosos panes de maiz; y el de mas acá ó mas allá se pavoneaba con una torre de abisperos de papelon, de tortas de cazabe y de otras muchas golosinas que son el regalo de los viajeros de menor cuantía y los navegantes.

Y sobre las puertas de los cuartos, el artista, aludiendo discretamente al establecimiento, había pintado asombrosos «bodegones»: granadas como hígados abiertos y ensangrentados, sandías que parecían enormes pimientos, ovillos de estambre rojo que intentaban pasar por melocotones.

Figuran al lado de las frutas de las zonas templadas, la naranja, el melocotón, la manzana, la pera, uvas, melones, sandías, albaricoques, toda la infinita variedad de las frutas tropicales, la guanábana, el mango, el aguacate, la chirimoya, la gramilla, el plátano... y doscientos más cuyo nombre no me es posible recordar.

El editor Blas Antonio Nasarre, erudito absurdamente apasionado de la crítica francesa, escribió un prólogo, que le precede, en el cual se ensaña sin piedad contra el antiguo drama español, presentándolo como modelo de vicios y defectos de toda especie, desconociendo tan completamente las reglas de la sana crítica al aplicarlas á las comedias de Cervantes, que le siguen, que las califica de parodias y sátiras contra el gusto corrompido de la época, ó lo que es lo mismo, de obras las más defectuosas y sandias que jamás se han escrito. ¿Cómo hubiera creído esto nunca el autor del Don Quijote?

Más allá estaban los vendedores de sandías, voceando tras sus montones de verdes bombas; las mesas de comida barata, donde cenaban chorizos crudos y morcillas secas los soldados y los labradores; y al final, los barracones de espectáculos: El teatro mágico, La mujer gorda, Los perros sabios, con órganos a la puerta que hacían sonar una música extravagante, propia de una fiesta de caníbales.

En el verano había sembrado una mata de sandías, y cuando estuvieron en sazón le regaló la más hermosa a la enfermera. Esta quiso dársela a la cocinera para que la sirviese en la mesa; pero Pomerantzev no lo permitió; la colocó él mismo sobre el velador, en la habitación de la enfermera, y acudía a cada momento a admirarla: le recordaba vagamente el globo terráqueo y le sugería grandes ideas.

Apuesto a que coge hogaño tomates como naranjas y sandías como ruedas de molino. Mejores han de ser repuso Momo las que acá cojamos en el cojumbral de la orilla del río. Un cojumbral es el plantío de melones, maíz y legumbres sembrado en un terreno húmedo, que el dueño del cortijo suele ceder gratuitamente a las gentes del campo pobres, que cultivándolo, lo benefician.

Las sandías de los navazos, en particular, son exquisitas, y algunas de ellas de tales dimensiones que bastan dos para la carga de una caballería mayor. ¡Vaya si está hermoso el navazo del tío Pedro! dijo la tía María . No parece sino que lo riega con agua bendita. El pobrecito siempre está trabajando; pero bien le luce.

El marino vió en esta miseria física el triste final de un régimen alimenticio absurdo, alegre y pueril: los dulces sirviendo de base de nutrición, los grandes arroces como plato diario, las sandías y melones llenando el intermedio entre las comidas, los helados servidos en copas enormes, esparciendo el perfume de su nieve melosa.