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A lo cual respondió Sancho: -Escríbala vuestra merced dos o tres veces ahí en el libro y démele, que yo le llevaré bien guardado, porque pensar que yo la he de tomar en la memoria es disparate: que la tengo tan mala que muchas veces se me olvida cómo me llamo. Pero, con todo eso, dígamela vuestra merced, que me holgaré mucho de oílla, que debe de ir como de molde.

Don Quijote, que otra cosa no deseaba, se levantó y mandó a Sancho que ensillase y enalbardase al momento, lo cual él hizo con mucha diligencia, y con la mesma se pusieron luego todos en camino.

FELIC. Como yo os viera casado, No me diera ese cuidado, Que tantos sueños me quita. D. TELL. El ser aquí poderoso No me da tan cerca igual. FELIC. No os estaba aquí tan mal De algún señor generoso La hija. D. TELL. Pienso que quieres Reprehender no haber pensado En casarte, que es cuidado Que nace con las mujeres. FELIC. Engáñaste, por tu vida; Que sólo tu bien deseo. Salen SANCHO y PELAYO.

Y de aquí tomó ocasión el vulgo ignorante y mal intencionado de decir y pensar que ella era su manceba; y mienten, digo otra vez, y mentirán otras docientas, todos los que tal pensaren y dijeren. -Ni yo lo digo ni lo pienso -respondió Sancho-: allá se lo hayan; con su pan se lo coman. Si fueron amancebados, o no, a Dios habrán dado la cuenta.

Díjole don Quijote que contase algún cuento para entretenerle, como se lo había prometido, a lo que Sancho dijo que hiciera si le dejara el temor de lo que oía.

Y en verdad, señor Caballero de la Triste Figura, que si es que mi partida y su locura de vuestra merced va de veras, que será bien tornar a ensillar a Rocinante, para que supla la falta del rucio, porque será ahorrar tiempo a mi ida y vuelta; que si la hago a pie, no cuándo llegaré ni cuándo volveré, porque, en resolución, soy mal caminante. -Digo, Sancho -respondió don Quijote-, que sea como quisieres, que no me parece mal tu designio; y digo que de aquí a tres días te partirás, porque quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para que se lo digas.

Domingo, de Baeza; D. Adan, de Plasencia; D. Sancho, de Coria; de los eclesiásticos y religiosos que han concurrido á la espugnacion, y de los principales de su ejército.

Y, viéndole don Quijote de aquella manera, con muestras de tanta tristeza, le dijo: -Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro.

-No haya más -dijo Dorotea-: corred, Sancho, y besad la mano a vuestro señor, y pedilde perdón, y de aquí adelante andad más atentado en vuestras alabanzas y vituperios, y no digáis mal de aquesa señora Tobosa, a quien yo no conozco si no es para servilla, y tened confianza en Dios, que no os ha de faltar un estado donde viváis como un príncipe.

-No digo yo menos -respondió don Quijote-; pero, en esto de ayudarme contra caballeros, has de tener a raya tus naturales ímpetus. -Digo que así lo haré -respondió Sancho-, y que guardaré ese preceto tan bien como el día del domingo.