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Destrúyese así la buena opinión necesaria a todo el que manda para ser respetado; la fe humana precisa a todo el que enseña para ser creído, y sólo una cosa existe, a nuestro juicio, que sea tan perjudicial a la educación como lo es esta misma: la pugna que a veces descubre el niño entre la moral de sus padres y la moral de sus maestros... Imposible es describir las angustiosas perplejidades, las dolorosas dudas que, con harta triste frecuencia, despiertan estas contradicciones en las almas de los niños: vese en ellas la lucha del entendimiento con el corazón, demostrándole aquel que es sana la doctrina del maestro, esforzándose este por persuadirle que no puede ser mala la práctica contraria del padre o de la madre que tanto aman, que no puede ser cierto lo que, por el solo hecho de serlo, ha de dar irremisiblemente a aquellos seres tan amados la patente de perversos... ¡Ah!

Y viendo que al contrario se hacia, Al contrario mandó: y así fué sana Su nave por los diablos marinada; ¡Y quien duda que fué de Dios guardada! Mil cuentos semejantes yo pudiera Decir aquí, mas solo por aviso A todos doy por cosa verdadera, Que si quieren gozar del Paraiso, No traten con Satán.

A veces la precipitacion del juicio es muy peligrosa, porque ocasiona errores enormes. Oimos una palabrita á un hombre que miramos con odio, y luego la interpretamos y echamos en mala parte, y el otro tal vez la ha dicho con sana intencion.

Ayer un tirano con saña decia: «¡Yo soy el que mando, y esclavos serán!» Y hoy roto en pedazos su trono sangriento Se ofrece á los rayos del gran luminar. Ayer un guerrero cubierto de gloria Hollaba altanero su carro triunfal... Mirad ese polvo... su humilde sepulcro, Se ofrece á los rayos del gran luminar.

Tu mano omnipotente me hiere y me sana al propio tiempo. ¡Pobre madre mía de mi alma! ¡Cuán infeliz has sido! Y él... ¡ay! él... no puede ser impío y perverso como supones... ¡Ahora comprendo por qué y cómo yo le amaba! La enfermedad siguió su curso ascendente. Tres días después de la escena que hemos descrito, Doña Blanca estaba tan mal, que no había esperanza de salvarla.

Y piénsese ahora en la gracia que me haría recordar, mientras la miraba, que una noche, esos mismos ojos ahora frívolos me habían dicho, a ocho dedos de los míos: ¿Y cuando esté sana... me querrás todavía? ¡A qué buscar luces, fuegos fatuos de una felicidad muerta, sellada a fuego en el cofrecillo hormigueante de una fiebre cerebral!

El hace lo mismo: no conoce su verdadera situación; siente las ilusiones de una juventud sana; cree contar con muchísimos años. ¡Pobre! ¡El esfuerzo que me cuesta fingir enfado, repelerle indignada por los deseos que ha puesto en ... en , que sólo quiero ser su madre! Este tono de dulce lástima hirió á su oyente.

Por dos veces ò tres se han carteado, Y en breve se ha forjado la maraña: Lo que Abrego con ellos ha tratado No decir, que usò siempre de maña. Una noche con cartas han llegado, Y al punto con tirana y cruda saña Prendieron al teniente, y

Gracias a Dios, yo estoy buena y sana para lo que usted guste mandarLos labios del joven se plegaron con sonrisa imperceptible y siguió examinando el pintoresco manto de un caballero de la Orden de Alcántara que le había dado golpe, al parecer. No obstante, de vez en cuando volvía los ojos con zozobra hacia la puerta del gabinete. Trataba inútilmente de reprimir la impaciencia.

Lo que había de más positivo sobre todo para quienes mi porvenir hubiera podido ser objeto de atención, es que aquella manera de vivir mal llamada sana y vigorizadora, constituía una pésima forma de educación.