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Guillén Perez de Caldés, Caballero anciano de Cataluña, llevaba el estandarte del Rey de Aragon, Fernan Gori el de Don Fadrique Rey de Sicilia, que olvidados de sus Príncipes, jamás olvidaron su memoria. El de San George dieron á Gimeno de Albaro, y Rocafort encomendó el suyo á Guillén de Tous.

UNA MUJER. ¡Entonces usted no es cristiano!... ¡Virgen del Carmen! ¡no quiere creerlo!... Señora, yo lo creo todo y he prometido un cirio de treinta libras a la Virgen del Pilar; mire, aquí tengo un rosario... MUCHAS VOCES. ¡A ver!... Mirad... y además, aquí tenéis una carta del superior de San Juan dirigida a . Leed...

Aquí acaba, gran senado, El remedio en la desdicha. El texto que damos es reproducción del que aparece en la "Veinte y una parte verdadera de las comedias del fénix de España Frei Lope Félix de Vega Carpio, del Abito de San Iuan, Familiar del Santo Oficio de la Inquisición, Procurador Fiscal de la Cámara Apostolica, sacadas de sus originales... Año 1635. Con privilegio.

Y más tranquilo ya, se orientó, tomó por punto de partida la calle Mayor, y sin vacilar ya, se dirigió á la calle Ancha de San Bernardo, y á la casa de la Dorotea. Al llegar á la puerta retrocedió. Un bulto se había enderezado y permanecido inmóvil delante de él. ¡Quién va! dijo don Juan poniendo mano á su espada.

Como supiera un día la dama que su hijo frecuentaba los barrios de Puerta Cerrada, calle de Cuchilleros y Cava de San Miguel, encargó a Estupiñá que vigilase, y este lo hizo con muy buena voluntad llevándole cuentos, dichos en voz baja y melodramática: «Anoche cenó en la pastelería del sobrino de Botín, en la calle de Cuchilleros... ¿sabe la señora?

Del mismo modo, embarcaciones de igual porte pueden venir de cualquiera parte del globo al puerto de San José, conducidas por los enemigos: y viniendo estas acompañadas de algunos navios, que traigan lo necesario para lo que quieran intentar al puerto de San José, de allí con muchísima facilidad pueden venir á este rio con las embarcaciones menores, dejando los navios asegurados en dicho puerto; y aun en las mismas lanchas de los navios, previniéndoles falcas, pueden venir al Rio Negro.

Tengo yo un ojo... En fin, mucho cuidado». Y tornó a bajar con toda su oficiosidad y diligencia, dispuesto a subir cien veces si fuese menester. Guillermina estuvo aún un ratito en casa de su amigo, el cual no sabía qué hacerse al ver su pobre vivienda honrada con persona tan excelsa. Habría traído de San Ginés, si pudiera, el trono de la Virgen del Rosario, para que se sentara.

Abajo extendíase el rojo caserío moderno del Terreno, y más allá, al extremo del cabo, el antiguo Puerto Pi, con su torre de señales y las baterías de San Carlos. Al otro lado de la bahía perdíase mar adentro, en las brumas flotantes del horizonte, un cabo de obscuro verde y peñas rojizas, sombrío y deshabitado.

El carruaje se ha detenido a la entrada de una calle desierta en que verdea la hierba por entre las piedras. Enfrente de la iglesia de San Juan se abren los porches de una antigua casona que se levanta entre el patio y los huertos. Mientras el conductor descarga el equipaje, Voinchet entra en la casa llamando a un criado.

Doña Beatriz y la Condesa de San Teódulo hablaron largo rato entre y en voz baja, recordando su amistad antigua. A los pocos minutos la Condesa había exigido de doña Beatriz que se volviesen a apear el tratamiento, que se volviesen a tutear como ella recordaba que allá en el pueblo se habían tuteado. ¿Por qué negarse a tamaña amabilidad? Las dos amigas se tutearon en efecto.