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La mujer agasajó el pañuelo lleno de castañas, como para calentarse las manos con él.... Avanzaron.... desaparecieron por una puerta. Salvador se sintió estremecer de desesperación y envidia.

A los ocho días Juanito y Fortuna eran los dos mejores amigos del mundo: no se separaban nunca. El perro dormía sobre un pedazo de alfombra a los pies de la cama del niño. Una mañana don Salvador y Juanito se hallaban en el jardín: el perro les seguía como siempre.

Sobre la frente inmaculada de la joven se alzaba como un nimbo el oro de la barba rizosa de Salvador, que parecía hermoso con el victorioso encendimiento de sus ojos zarcos, la sonrisa de noble ufaneza y el bizarro alarde con que amparaba a Carmen junto al corazón.

Cualquier supersticioso habría visto en tan insignificante suceso augurio adverso o quizás favorable; pero Salvador sacudió del hombro el yeso y siguió adelante sin contestar a D. Felicísimo, que en la puerta de su cuarto decía: ¿Qué es eso?... ¿se ha hecho usted daño?... ¿se cae la casa?... ¡luz, luz! «El Rey ha muerto. ¡Viva el Rey!».

Inquieto en su asiento, Navarro vaciló entre la ira y la curiosidad. Esas cosas dijo no se pueden creer sin algo que lo pruebe.... ¿A ver, qué es eso? ¿Qué significa ese paquete atado con cintas encarnadas? Salvador había sacado un paquete y escogía en él los papeles que quería mostrar a Carlos.

Se quedó Salvador absorto contemplándola, y el dolor causado por ella en el corazón del joven hacía días, se agudizó y le hizo palidecer. Nada de esto advirtió la muchacha, engolfada en su interno delirio.

No es ocasión ahora dijo Salvador , de hacer comentarios sobre las promesas hechas en esas cartas y jamás cumplidas. Esas viejas cuentas se habrán arreglado en otra parte. Callaron ambos, y Navarro, puesta su alma toda en los ojos, leía las pocas páginas de aquel drama oscuro, desenlazado ya por la muerte.

En tanto que nosotros celebramos El triunfo de victoria muy gozosos, Y aquel siguiente dia reposamos, Los indios despoblando temerosos La tierra adentro huyen: despues vamos En busca de Rui Diaz muy gozosos, Que huyendo del tiempo adverso y duro, Tomó en San Salvador puerto seguro.

Hablando así la dama abrió la puerta y con la claridad indecisa que de la escalera venía pudo Salvador verla y advertir que parecía dispuesta a salir también.

De seguro que por nada del mundo hubiera Juanito vendido a su perro. Así las cosas, una tarde del mes de agosto se paseaban por la carretera Juanito, Polonia su nodriza y el perro Fortuna. Don Salvador se había quedado en casa con el alcalde y el secretario del ayuntamiento, que habían ido a consultarle un asunto grave.