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Alborotose Cervantes, y juró que él había de desollar al rapista y poner de claro en claro quien el que por él con la Inquisición había intercedido fuese, aunque él lo sospechaba ya; y para salir de sospechas pidió a doña Guiomar licencia para salir, prometiendo que con la noticia de lo que averiguase volvería; con lo qué por el postigo del jardín, que la misma doña Guiomar abrió, saliose, y doña Guiomar quedose con Margarita, mostrándose para ella tan buena y cariñosa, como negras y envenenadas tenía contra ella las entrañas; y con el dolor que Margarita decía sentir por la reciente muerte de su madre, disimulaba las ansias y las congojas que por aquel su amor, que ya esposa de Miguel de Cervantes la hacía, la atormentaban; espantábanla los recelos, y viendo tan enamorada de Cervantes, y de tanto valer a doña Guiomar, temía que una vez poseedor de ella Cervantes, la posesión de la hermosísima viuda no perdonase, y que siendo ella pobre y la otra rica, y desventurada ella y dichosa la otra, con la otra se casase, dejándola a ella para que muriese desesperada.

Salióse, al cabo, del círculo, llorando de coraje, y continuóse todavía un buen rato interpelando al pastor y exponiéndole quejas, muchas de ellas tan impertinentes como las de la desairada mujer; pero como estaban en su derecho los señores hombres al exponerlas, se atendían y ventilaban con el más acalorado empeño.

Entre tanto, por padre tenedme. Y sin decir más, saliose, pálido como un muerto, y preñados de lágrimas los ojos, sin que yo llegase a comprender todavía la causa de aquello, que era para lo que la luz para el ciego, que no sabe que hay otra cosa que las tinieblas en que su ceguera le tiene.

Y con esto saliose, y ya más resuelto, fuese a la casa de doña Guiomar, a la que halló en su retrete con Margarita. En que doña Guiomar prosigue el relato de su historia. Tan a tiempo venís, señor Miguel de Cervantes, le dijo doña Guiomar apenas hubo entrado, que esta señora iba a empezar a relatarme sus desventuras.

Y doña Guiomar, levantándose con no pequeñas muestras de sobresalto, del cenador saliose llena de celosos cuidados, porque a solas dejaba con Miguel a Margarita; y más cuidosa hubiérase sentido doña Guiomar si en el alma de Cervantes pudiera haber leído; que éste creyó que doña Guiomar se encontraba en la mezquina y dura ocasión de una dama de poco más o menos, que estando al lado de un su enamorado, la visita de otro enamorado con quien tiene grandes respetos, y dejar de asistir a la cual no puede, la anuncian.

No respondió palabra Costanza, sino con mucha mesura hizo una profunda reverencia al Corregidor, y salióse de la sala, y halló a su ama desalada esperándola, para saber della qué era lo que el Corregidor la quería. Ella le contó lo que había pasado, y cómo su señor quedaba con él para contalle no qué cosas que no quería que ella las oyese.

A la moza que abrió la puerta le preguntó, áspero y breve: ¿La señorita Carmen? Está en la cama. ¿Qué tiene? Una punta de calentura.... Salióse ayer de casa como una loca, y cuando la encontramos parecía que no estaba en sus cabales.... La acostamos, sin que haya querido desnudarse.... A usted le mienta mucho.... Mañana dice la señora que llamará al médico.... Mañana, ¿eh? rugió Salvador.

Saliose Florela, y doña Guiomar fue a sentarse a su tocador, y contemplose al espejo, y hallose, más hermosa que nunca; que el amor hace hermosos aun a los ojos feos, y a los hermosos los sublima, haciendo de ellos un cielo; y un cielo veía en sus ojos doña Guiomar, porque en el amor que en sus ojos hallaba, la parecía como que veía la imagen de aquel por quien el amor acongojaba su alma; y la sucedía que cuanto más se contemplaba, más la parecía ver en sus ojos la fugitiva sombra de su deseo; y a tal llegó su amorosa ilusión, que creyó que no en sus ojos, sino detrás de ella, sobre las rubias trenzas de sus cabellos, aparecía la imagen de su anhelado, mirándola ansioso, copiado por el espejo, y como si detrás de ella hubiese estado de rodillas.

Después que hubo dado algunas vueltas por ella y enterádose de su disposición a la escasa luz que allí había, encendió un cigarro, saliose al corredor y se echó de bruces sobre la baranda de hierro, poniéndose a contemplar, con ojos distraídos, el baile de la plazoleta. El grupo de jóvenes bailaba cada vez con más entusiasmo y cantaba cada vez más alto.

Alentado por el buen éxito de ella, salióse del montón de sus hermanos, que en tropel habían bajado con su madre detrás de , y en un dos por tres embridó el rocín después de arrojar al averío las mezquinas sobras del pienso; sacó la mansa bestia al corral, y la plantó allí, en debida forma, para que montara yo.