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Allá en las marismas de Palomares, don Víctor solía echar de menos el teatro. «¡Si el tren saliese dos horas antes, menos mal!». Frígilis no echaba de menos nada. Su devoción a la caza, a la vida al aire libre, en el campo, en la soledad triste y dulce, era profunda, sin rival: Quintanar compartía aquella afición con su amor a las farsas del escenario.

La influencia de las negras para con ella, su favor para con el Gobierno, han sido siempre sin límites. Un joven sanjuanino estaba en Buenos Aires cuando Lavalle se acercaba en 1840; había pena de la vida para el que saliese del recinto de la ciudad.

Seis días se pasaron sin que saliese de casa, si no era de noche, que iba a ver a Tomás y a preguntarle del estado en que se hallaba, el cual le contó que #no# había podido hablar una sola palabra #con Costanza#. Lope le contó a él la priesa que le daban los muchachos pidiéndole la cola, porque él había pedido la de su asno, con que hizo el famoso esquite.

Ahora alegrarse, don Pedro dijo el médico . Lo peor está pasado. Se ha conseguido lo que usted tanto deseaba.... ¿No quería usted que la criatura saliese toda viva y sin daño? Pues ahí la tenemos, sana y salva. Ha costado trabajillo..., pero al fin....

El cochero subía a preguntarle todos los días si quería salir de paseo. El jardinero no movía un tiesto sin pedirle la venia. En cambio no le preocupaba poco ni mucho que su marido saliese. Una sola vez, viéndole preparado a salir con Cecilia, le dijo sonriendo en presencia de ésta y de otras personas: Muy amigos os vais haciendo y Cecilia. Mira que voy a celarme.

Pero Laura se opuso a que saliese Julio y suplicó, por el contrario, que la dejaran con él y con Adriana, pues entre los tres debían resolver un asunto aparentemente difícil pero muy sencillo en realidad. Era necesario aclarar toda mala inteligencia. Zoraida y Carmen obedecieron, sabiendo que lo peor sería contrariarle aquel ansioso deseo que ella abrigaba desde el día anterior.

Ya soy redactor exclamé alborozado, y echeme a fraguar artículos, bien determinado a triturar en el mortero de mi crítica cuanto malandrín literario me saliese al camino en territorio de mi jurisdicción. Pero ¡ay de mi! insensato, qué chasco sobre chasco, vivo hoy tan desengañado de periodista como de autor de comedias.

Pero por verso privado de aquel esparcimiento, no gustaba que los demás se privasen, y con frecuencia instaba a su mujer para que saliese a tomar el aire. «Hijita, no qué me da de verte encerrada en esta cazuela. Yo no siento el calor; pero que no cesas de andar de aquí para allí, estarás abrasada.

Estaba agarrado por el engranaje del crimen. Cuando saliese de esta mala aventura, caería en otra. La cárcel era su casa, y toda aquella juventud que se aislaba de la sociedad, su verdadera familia, la escogida por él, con la atracción de las comunes aficiones.

Luego, una vez allí, no hubo más remedio que aguantar un rato. Vino papá, y porque no saliese conmigo esperé otro poquito a que se fuese.... ¡Ahí ves! ¡Tiene gracia ese chico! dijo riendo el caballero. ¡Mucha! ¡Si es muy divertido que le averigüen a una dónde va y lo sepa en seguida todo el mundo, y llegue a oídos de mi marido! ¡Ríete, hombre, ríete!