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Una colonia á la boca de este rio seria mucho mas conveniente para los navíos que van al mar del sur, que en Buenos Aires, donde un navio suele estar quince dias ó un mes antes que pueda salir, por razon de los vientos contrarios, y la dificultad de pasar sobre los bajios sino con marea alta: necesitando ademas de esto una semana para llegar á la Bahia sin Fondo, mientras que un navío, que saliese de esta bahia, podria llegar en dicho tiempo, doblar el cabo de Hornos, y pasar el mar del sur.

Yo te prometo, sobrina -respondió don Quijote-, que si estos pensamientos caballerescos no me llevasen tras todos los sentidos, que no habría cosa que yo no hiciese, ni curiosidad que no saliese de mis manos, especialmente jaulas y palillos de dientes.

Y no se cuenta que una sola vez tuviera la Sala que dirigirle el más comedido apercibimiento; ni de la pulcritud de su lenguaje en estrados se hizo la magistratura sino lenguas, llegando en este punto a caer D. Diego, valga la verdad, en cierto culteranismo, disculpable, eso , porque mediante él procuraba que su elocuencia saliese como el armiño de las cenagosas aguas de la podredumbre privada, adonde le arrastraban, en ocasiones, las necesidades del foro.

Corriéronlas los muslimes, tomando algunos ganados i gentes, sin que nadie les saliese al encuentro. Con esta presa i buen suceso tornó Taric con sus caballeros á Tánjer, en donde fué bien recibido. Levantó entonces Muza un poderoso ejército i lo puso á las órdenes del mismo caudillo. Pasaron estas tropas el estrecho i saltaron en la tierra donde hoi está Algeciras.

El momento no era para discusiones: cada cual debía pensar en su propia suerte. El senador acabó por prestarse al deseo de su amigo. Si tal era su gusto, podía cumplirlo. Y consiguió con su influencia que saliese aquella misma noche en un tren militar que iba al encuentro del ejército.

En fin, un domingo, la hermosísima viuda doña Guiomar de Céspedes y Alvarado se vino a la casa, y en cuanto en ella entró, la casa se cerró a piedra y lodo, y de tal manera que no parecía sino que lo que en la casa se había hecho había sido para encantarla después; la puerta principal no se abría sino por la mañana entre dos luces, para que saliese una silla de manos, en la cual iba sin duda la hermosísima doña Guiomar, y una hora después, cuando la silla de manos volvía; tanto a la ida como a la venida acompañaban la silla de manos la dueña, el rodrigón, los dos pajes, con la silla, el cogín y la alfombra, y los cuatro lacayos bigotudos que Viváis-mil-años había visto, como hemos dicho en otra ocasión, acompañando a la dama en el jardín o huerta de la casa del duende.

Hablando con verdad, lo que más disgustada tenía a doña Lupe era, no que Fortunata saliese, sino que no le comunicase nada de lo que pensaba o sentía.

Desunció luego los bueyes de la carreta el boyero, y dejólos andar a sus anchuras por aquel verde y apacible sitio, cuya frescura convidaba a quererla gozar, no a las personas tan encantadas como don Quijote, sino a los tan advertidos y discretos como su escudero; el cual rogó al cura que permitiese que su señor saliese por un rato de la jaula, porque si no le dejaban salir, no iría tan limpia aquella prisión como requiría la decencia de un tal caballero como su amo.

¡Buen temor el tuyo! si no fuera porque Luisa no quiere escándalos, ya le hubiera yo acostumbrado á que se saliese humildemente de su casa cuando yo entrase, sólo con haberle hecho huir á puntapiés la primera vez. ¿Pero qué te ha dicho la señora Luisa? Nada; ha tomado el pañuelo, se ha puesto muy pálida y ha exclamado: ¡me quiere perder! Si fuera viuda, no temblaría así. Estremecióse Montiño.

Aconsejóle Tomás que no saliese de casa, a lo menos, sobre el asno, y que si saliese, fuese por calles solas y apartadas, y que cuando esto no bastase, bastaría dejar el oficio, último remedio de poner fin a tan poco honesta demanda. Retiróse, con esto, a su posada Lope, con determinación de no salir della en otros seis días, a lo menos, con el asno.