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Digno descendiente de tantos famosos guerreros sajones, su corazón latía con violencia y hubiera deseado llegar á las manos con los piratas sin más tardanza. De pronto le pareció que una voz ronca le hablaba al oído, y volviéndose prontamente dirigió al timonel una mirada interrogadora.

Distinguíase entre los pueblos germanos por su valor y ferocidad la belicosa tribu de los Sajones. Estos eran idólatras, habian martirizado al pié de la estátua de su divinidad Hirmensul á los misioneros que les habia enviado Pipino, entregado á las llamas la iglesia de Deventer, y lanzado su salvage grito de guerra desde el advenimiento de Carlomagno al trono.

El año de 1534, salí de Amberes embarcado para España; llegué á Cádiz en 14 dias, navegando 480 leguas, y en la costa una ballena de 35 pasos, de cuyo aceite se lleñaron 30 toneles. Habia en el puerto 14 navios grandes prevenidos para ir al Rio de la Plata, 2,500 españoles y 150 alemanes, flamencos y sajones, con su Capitan General, D. Pedro de Mendoza, y 72 caballos é yeguas.

Su estética tiene 100 millones más de partidarios que la estética europea. Además, si de eso se ha de tratar, tendríamos que aceptar la inferioridad de los latinos, en especial la de los españoles, respecto de los sajones que son mucho más blancos.

Los franceses son más sajones; están más depurados de la raza árabe, en cuanto á la industria y al comercio, aunque en cambio han exagerado la voluptuosidad del Oriente en las creaciones del arte. Los españoles caminan hácia allá, caminan á grandes jornadas, de una manera fabulosa; pero la Francia les lleva un siglo en este viaje. La verdad, en su puesto.

Desde el Plata remontan aguas arriba algunas navecillas tripuladas por italianos y carcamanes; pero el movimiento sube unas cuantas leguas y cesa casi de todo punto. No fué dado a los españoles el instinto de la navegación que poseen en tan alto grado los sajones del Norte. Otro espíritu se necesita que agite esas arterias en que hoy se estagnan los flúidos vivificantes de una nación.

Mire usted: en Leipzig, el 18 de octubre último, en plena batalla, los aliados se volvieron contra nosotros y nos fusilaron por la espalda. ¡Eso hicieron nuestros buenos amigos los sajones! Ocho días después, nuestros antiguos y excelentes amigos los bávaros tratan de cortarnos la retirada y hay que pasarlos a cuchillo en Hanau.

Uno o dos pueblos blanquecinos, con sus iglesias de azotea y sus campanarios sajones se destacaban sobre leves prominencias del terreno y algunas granjas, pequeñas, aisladas, rodeadas de raquíticos bosquecillos y enormes almiares de heno animaban apenas aquel monótono paisaje cuya indigencia pintoresca habría parecido completa sin la singular belleza que le prestaban el clima, la hora y la estación.

No lo que se les ha metido en la cabeza contra nosotros. ¡Y si hubiéramos sido sólo franceses, si no hubiésemos tenido que luchar con esa ralea de sajones y demás aliados que no esperaban mas que el momento de arrojarse sobre nosotros, hubiéramos escapado bien a pesar de todo, a pesar de ser uno contra cinco! ¡Pero los aliados! ¡No me hable usted de los aliados!

No referiremos las sangrientas batallas y costosas conquistas con que los Francos desempeñaron aquel memorable compromiso: diremos tan solo que lo llevaron á cabo, y que en el año 777, reuniendo Carlomagno una asamblea de Sajones sojuzgados en medio de una espaciosa llanura regada por cristalinos manantiales, dentro de la propia tierra de los vencidos, los caudillos Germanos recibieron el bautismo para revestir la blanca túnica de los Catecúmenos.