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Una versión samaritana del Pentateuco sostiene que el arca de Noé se detuvo en el pico de Adán: las otras versiones afirman que el verdadero pico fué el Ararat; pero, ¿qué Ararat es ese? ¿Es el de Armenia ú otra cualquiera montaña, en la cual hayan sido encontrados por pastores algunos despojos del sagrado barco?

ZORAID. Yo soy El Alcaide de Coín. NARV. Ya tu enojo, y en fin, De por medio agora estoy. Deja, famoso Zoraide, Las armas, que esto ya es hecho. ZORAID. Por ti las dejo, a despecho De mi honor, famoso Alcaide. No pudieran venir ellos A otro sagrado mayor. NARV. Si éstos son yerros de amor, Ya viene el perdón con ellos.

¿Los Ejercicios? preguntó ella muy sorprendida. , los Ejercicios de san Ignacio digo... Ayer los han empezado en el Sagrado Corazón, en la calle del Caballero de Gracia... Todavía tiene usted tiempo; empiece esta misma tarde. Yo..., bueno..., desde luego... dijo Currita titubeando . Pero según tengo entendido, sólo se entra allí con papeleta y yo no la tengo.

Allí, sobre el altar mayor y en el sagrado cáliz, cometieron sacrilegas profanaciones. Pero en medio de la danza y la algazara, la voz del ministro del Altísimo vibró tremenda, poderosa, irresistible, gritándoles: ¡Malditos! ¡Malditos! ¡Malditos! La sacrílega orgía se prolongó hasta media noche, y al fin, rendidos de cansancio, se entregaron al sueño los impíos.

Era un altar de quita y pon que se había colocado a causa de la novena del Sagrado Corazón de Jesús, que por aquellos días se celebraba.

Sabe Dios... Alguna trampa que me quieren armar. Si sólo fuera para asesinarme, pase; ¡pero si es para atentar al sagrado de mi honor...!

Se vio necesitado a alternar con gentecilla de poco más o menos y con clérigos, que por su sagrado carácter estaban libres de sus manos expeditas, o así lo parecía al menos. En el casino se le veía rodeado casi siempre de dos escribientillos de casas de comercio, un profesor de música, un maestro de obras y otros tres o cuatro individuos del mismo porte.

Obedecieron á regañadientes, con el propósito de volver, aunque fuese arrastrándose, y presenciar el espectáculo. Toledo dejó las dos pistolas sobre una antigua mesa veneciana. Ya estaban listas; que nadie las tocase: eran algo sagrado.

Además, como en materia de confesión los buenos clérigos son muy reservados, Ripamilán, que sabía tratar en serio los asuntos serios, nunca había hablado al Magistral de lo que podía ser la Regenta, juzgada desde el tribunal sagrado. Aquella tarde esperaba De Pas saber algo. Pero Glocester no se marchaba.

¡Ay! ¡Vivir! ¡vivir! exclamó Amaury con doloroso acento. ¿Cómo vivir sin aire, sin sol, sin amor? ¿Cómo vivir sin ella? No hay más remedio, Amaury; oye bien esto: En nombre de Magdalena, en su sagrado nombre, yo, su padre, te prohíbo suicidarte. Amaury se cubrió el rostro con las manos. Estaba desesperado.