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¿No está usted loco? dijo con un sacudimiento interrogativo de todo su cuerpo. No. ¿Ni fastidiado? No. ¿Ni hambriento? No. ¿Ni pensando en ella? ¿En quién, Melisita? En aquella chica blanca. No. ¿Me da usted palabra? . ¿Y por su sagrado honor? . Entonces Melisa le dio un beso salvaje, saltó del árbol y se escapó volando.

Uno de sus hermanos, menos afortunado, halló la muerte en una concavidad de la roca, á donde le arrastró un remolino. Nosotros mirábamos asustados el paraje siniestro al que el padre, lleno de un horror sagrado, había hecho arrojar piedra y tierra.

Los fieles, desde los más apartados parajes de la iglesia, se fueron replegando hacia el centro, formando apretado grupo en torno del púlpito. María y Genoveva hicieron lo mismo. El sacerdote hizo la señal de la cruz y comenzó el rosario en alta voz. Terminado el rosario comenzó la novena, la novena del Sagrado Corazón de Jesús.

De aquí la extrañeza, que tanto nos maravilla, de que en estas composiciones aparezca como iluminado todo el mundo real, y á la vez diáfano y claro, á fin de que surja el rayo oculto de la Divinidad de sus formas tan varias como infinitas; la historia antigua y la idolatría, lo pasado más remoto y lo futuro más tenebroso, la creación con todos sus portentos, los animales y las plantas, lo supremo y lo infinito de la existencia, y todos los movimientos del corazón humano, y los fenómenos espirituales, que forman los elementos y las combinaciones más sorprendentes é ingeniosas para celebrar el cristianismo en su símbolo más sagrado; y estas combinaciones, no obstante su carácter misterioso, son de una claridad que causan nuestro asombro.

Acerqueme a los infelices y los vi de todas clases; unos mutilados, otros entecos, demacrados y andrajosos los más, y todos chillones, desenfadados, resueltos, como si la mendicidad, más que la desgracia, fuese en ellos un oficio y gozasen a falta de rentas, del fuero inalienable y sagrado de pedir al resto del humano linaje.

Percibía las palpitaciones del corazón de su novio; su fuerza, su frecuencia, el fluir tumultuoso de la sangre en las arterias, entonaban, para ella, un himno sagrado y triunfante. Presentía cuánto ideal y generosa energía llevaría, por el don de misma, a la vida de su amado. Era cierto: Juan aprisionaba su sueño entre sus brazos; tenía estrechada contra su pecho a la mujer únicamente amada.

En los años de 1595, en la canonización de San Jacinto; en el de 1614, en la beatificación de Santa Teresa, y en 1622, en la canonización de San Isidro de Madrid , hubo justas poéticas de esta especie, á que concurrieron casi todos los poetas más afamados de España. La osada y fecunda fusión de lo sagrado y lo profano, peculiar al catolicismo español, penetró también en las fiestas religiosas.

Es lástima que el autor de En Viaje no tenga el «fuego sagrado» del viajero, porque habría podido llegar al máximum de intensidad en la observación y en la descripción de sus viajes.

Ansiaban la posesión de los campos donde el sagrado olivo alterna su ancianidad severa con la alegre viña, donde el pino extiende su cúpula y el ciprés yergue su minarete.

Por la tarde la niña pudo bajar al estanquillo: tenía el semblante un poco descompuesto. Cuando estuvieron solos, ella le dijo tímidamente: ¿Quieres una cosa que voy a darte? ¡Ya lo creo! Cuanto me des será para sagrado.