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Podría ciertamente sacrificarle Kisseler y mucho más; pero soy viejo, amigo mío, y he recibido hace poco una dura advertencia, y debo asegurar el porvenir de esa pobre niña. Tiene algunos bienes, a los que se añadirán después los míos; es bonita y tiene bastantes cualidades para que no le falten los partidos. Es deliciosa exclamé.

Y cuando subía al monte Moria, que era un establo cubierto de verdura, que se elevaba en medio de la plaza, adquiría la majestad patética de un buen actor. Pero en lo que más se lucía, arrancando gritos de entusiasmo, era cuando ofrecía á Isaac al Todopoderoso antes de sacrificarle. Isaac era un chiquillo de diez años lo menos.

Sin sacrificarle esa soberana concepción del individuo, han sabido hacer al mismo tiempo, del espíritu de asociación, el más admirable instrumento de su grandeza y de su imperio; y han obtenido de la suma de las fuerzas humanas, subordinada a los propósitos de la investigación, de la filantropía, de la industria, resultados tanto más maravillosos por lo mismo que se consiguen con la más absoluta integridad de la autonomía personal.

Y a renglón seguido, sin transición ninguna, Currita se enterneció profundamente al pensar en el gozo inmenso que la esperaba en Roma, besando la sandalia del Santísimo Padre Pío IX... ¡Qué figura tan gigantesca la del Pontífice! ¡Qué anciano aquel tan venerable!... Y todas las señoras comenzaron a ponderar su adhesión al santo Pío IX, prontas a sacrificarle vida, hacienda, todo, todo menos el alma, por tenerla ya de antiguo comprometida con el diablo... Carmen Tagle dijo que le había mirado siempre como si fuese su abuelo; la señora de López Moreno añadió muy conmovida que ella le enviaba todos los años una pipa de doce arrobas del riquísimo moscatel de sus soleras jerezanas, y la duquesa, verdaderamente indignada, trajo a la memoria los atropellos a que cinco días antes se habían entregado las turbas, apedreando los faroles de la iluminación con que celebraban los católicos el aniversario del Pontificado del augusto anciano; sólo en el palacio de Medinaceli rompieron veintidós faroles y treinta y siete cristales... ¡Y mientras tanto, los ministros y las autoridades se solazaban en un concierto instrumental celebrado en Palacio!... ¡Qué Gobierno aquel, y qué populacho tan impío y tan asqueroso!... Siquiera ellas veneraban la persona del Pontífice encendiendo faroles en honra suya, y limitábanse tan sólo a apedrear a todas horas la moral divina del Dios a quien aquel representaba.

Amigo, amante y leal. Se funda en esa lucha, tan repetida, entre diversos deberes; el héroe vacila y duda, impulsado á un tiempo por el amor, por la amistad y por la fidelidad, que debe á su Soberano, llevando tan lejos su abnegación hacia su Príncipe, y su amigo, que hasta se halla dispuesto á sacrificarle su misma amada, y surgiendo de esta complicación de sucesos un nudo muy intrincado, si bien termina al fin en el objeto que se desea, esto es, en el acuerdo más puro y perfecto entre estos tres móviles, antes contrapuestos.

¿Yo? ¿qué hubiera hecho yo? ¡dar mal por mal y con creces, con horribles creces! primero... en el primer momento se me ocurrió matar... cuando me hieren, lo primero que se me ocurre es matar; pero después... la reflexión, la calma,.. ¡matar! ¡hacer morir! ¡es decir, exterminar! ¡no, no! ¡es poco! yo creía que tenías más alma... y tienes el alma débil... no has sabido sacrificarte para sacrificarle... para sacrificarla á ella...