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Tendía ansiosamente las manos, y Perucho, comprendiendo la orden, acercaba la cabeza cerrando los párpados; entonces la pequeña saciaba su anhelo, tirando a su sabor del pelo ensortijado, metiendo los dedos de punta por boca, orejas y nariz, todo acompañado del mismo gorjeo, y entreverado con chillidos de alegría cuando, por ejemplo, acertaba con el agujero de la oreja.

Sentía tal voluptuosidad penetrante teniendo a su hijo colgado a sus pechos, mirándola con ojos graves, acariciándole la cara con su manecita mientras saciaba ávidamente el apetito, que no cambiaría aquellos momentos por todos los goces de la tierra. ¿Por ventura se refugiaría la joven esposa en el amor maternal con tanto ímpetu para consolarse de algunas decepciones conyugales?

Todos le recriminaron aquel acto de barbarie. Pero el majo no escuchaba sus amistosas reprensiones; poseído de una cólera ciega, trataba de desasirse, y no pudiendo conseguirlo, la saciaba con feroces insultos y amenazas.

Apenas saciaba su hambre huía de la casa, valiéndose de la libertad en que le dejaba la señora Angustias ausentándose para sus faenas. En La Campana, ágora venerable del toreo, donde circulan las grandes noticias de la afición, recibía avisos de sus compañeros que le producían escalofríos de entusiasmo. Zapaterín, mañana corrida.

En todo aquel día no abandonó la casa mortuoria. Al mediodía estaba solo en ella, y el cuerpo de Fortunata, ya vestido con su hábito negro de los Dolores, yacía en el lecho. Ballester no se saciaba de contemplarla, observando la serenidad de aquellas facciones que la muerte tenía ya por suyas, pero que no había devorado aún.

Aquí se hizo noche este mismo dia, ayudando los mismos indios á cazar á nuestra gente, aunque no dejaron de hallarse bastantes huevos de avestruz, con lo que se saciaba el apetito. Dia 2.

Don Pantaleón era el Padre Eterno, D.ª Carolina la esposa del Padre Eterno, Presentación un ángel, y hasta la cocinera Rita guardaba alguna semejanza con Santa Mónica, madre de San Agustín. En cuanto a Carlota, era la misma Virgen Santísima concebida sin mancha en el primer instante de su ser natural. No se saciaba de mirarla.

Y no se saciaba de mirar al señor de los espejuelos de oro, y a la joven, y a los chicos, que no menos espantados que él le rodeaban. Ya donde estoy dijo . Ya que debo esta hospitalidad a don Benigno Cordero y a su digna esposa.

Delante de Soledad se mostraba amable y rendido, sin ocuparse ya en disimular su vencimiento. Al contrario, parecía que sentía gozo y el pecho se le dilataba cuando la daba un testimonio de adoración más vivo que de costumbre. No se saciaba de estar á su lado, de prodigarla nuevas y sabrosas caricias.

Su postema era aquella desalmada pasión, mezcla de amor, de lubricidad, de soberbia y de rabiosos celos. No pudiendo devolver a su ex-querido tanta cruel mordedura como desgarraba su pecho, saciaba el apetito de venganza en el fruto de sus amores.