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Sus impresiones, por lo general poco intensas, le mantenían igualmente alejado del entusiasmo y la apatía: su gran virtud era amar el trabajo con esa honrada tenacidad de las medianías que alcanza el envidiable nombre de constancia. Algo había, sin embargo, que le sacaba de quicio: el carlismo.

El que representaba la persona del glorioso evangelista San Juan, aunque estaba como dormido en el pecho del Señor, como veía que los demás apóstoles comían, de la manera que podía, de cuando en cuando, sacaba la mano y cogía del mejor bocado del cordero, y ayudaba á sus compañeros.

Se tocaba un resorte o botoncito, y la figura entonces bajaba y subía los párpados, abría mucho la boca y sacaba y enseñaba una lengua muy larga y puntiaguda.

Después de permanecer algunos minutos en tal estado, vecino de la locura, vio que se levantaba, y con cristiana resignación sacaba del armario la tercer camisa, y después de meterle los botones, se la ponía dando un profundo suspiro. Al cabo de un cuarto de hora, concluida su tarea, salió del gabinete serio, tranquilo, un poco pálido, como sucede siempre después de las grandes crisis.

Y al decir esto sacaba el pecho y tendía los brazos en cruz, haciendo alarde de la energía vital, de la juvenil acometividad depositadas en su cuerpo. En fin, padrino, que con lo que yo tengo naide se muere de jambre.

En cuanto al pago; la ciudad estaba orgullosa de su millonario. Ni en el Banco de España había la formalidad y la confianza que en su casa. Nada de empleados ni mesas; todo a la pata llana; pero ya se podían pedir miles de duros que, como él quisiera, no tenía más que meterse en su alcoba, y de misteriosos escondrijos sacaba cada fajo de billetes que metía miedo.

Cuando Fernando se encontró solo abrió una mampara, y Elías, que estaba oculto, se presentó. La imagen del consejero áulico daba pavor. Estaba lívido; le temblaban los labios, secos por el calor de un aliento que sacaba del pecho el fuego de todos sus rencores.

Porque mi mujer, me sacaba los ojos, repitiéndome: ¿Serás capaz de no hacer nada por el desgraciado hijo de Eulogia? el pobrecito no sirve para nada, y en ninguna parte estará mejor que en el Ministerio. Y me lo traje, y ahí está; el servicio público no ganará gran cosa, pero mi mujer y la prima Eulogia están contentas.

Con todas estas ventajas, hasta bendecía el alejamiento a que se la condenaba en su propio hogar, porque, al fin y al cabo, le procuraba una independencia de la cual sacaba ella mucho partido para vivir a su gusto; y si hubiera conocido el placer de la venganza, la hubiera hallado bien cumplida en los testimonios de cordial amor que recibía de las visitas y de los amigos de la casa, a escondidas, por supuesto, de todas las gentes de ella.

Pero ¿de dónde sacaba aquel diablejo, que no había conocido más mundo que el contenido en las riberas de la mitad del Nansa, es decir, una rendijilla de pocas leguas entre dos taludes montañosos, aquellas delicadezas de tocado y de vestido, y aquellas travesuras y zalamerías que tanto la separaban del tipo común de las mozonas del valle, que, de seguro, habían corrido tanto mundo como ella?