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Buena bota»... Pensando esto, advirtió que la muchacha sacaba del mantón una mano con mitón encarnado y que se la llevaba a la boca. La confianza se desbordaba del pecho del joven Santa Cruz, y no pudo menos de decir: ¿Qué come usted, criatura? ¿No lo ve usted? replicó mostrándoselo Un huevo. ¡Un huevo crudo!

Yo hubiese sido un gran soldado, amigo Isidro. Pero ya no hay guerras, verdaderas guerras, como aquellas antiguas, donde cada hombre sacaba toda la fuerza de sus brazos o de su caletre.

Petra se encerraba en su cuarto. Colgada de un clavo a la cabecera de su cama de madera, tenía una cartera de viaje, sucia y vieja. Allí guardaba con llave sus ahorros, ciertas sisas de mayor cuantía, y algunos papeles que podían comprometerla. De allí sacaba el guante morado del Magistral, del que a nadie había hablado.

Y si no se ofrecía a coser las sayas de Amparo y no le hacía la cama, era por unos asomos de natural y rústico pudor que no faltan al más zafio aldeano. A la tullida le daba vueltas, le sacudía los jergones, y la sacaba en vilo del lecho, tendiéndola en un mal sofá comprado de lance, mientras se arreglaba su cuarto.

Aún en esto les sacaba ventaja: el antiguo abolicionista no podía preguntar a un amigo la hora o lo que pensaba del tiempo, sin llamarle aparte con cierto aparato de misterio: los que le veían, siempre juzgaban que estaba tratando algún asunto muy serio y muy escabroso.

De las dos niñas, la primera, Cecilita, tenía ya dos años y medio; la otra, Paulina, contaba ocho meses. Lo mismo una que otra, vivían al calor maternal de su tía. Ella las lavaba, ella las vestía, las daba de comer, las sacaba a paseo, enseñaba a orar a la primera.

Llegaron, y cuando creyó el criado que sacaba Avendaño de las bolsas del cojín alguna cosa con que beber, vió que sacó una carta cerrada, diciéndole que luego al punto volviese a la ciudad y se la diese a su ayo, y que en dándosela les esperase en la puerta del Campo.

Si ellos hablaban de las cosechas, del crudo invierno y entremezclaban donosos cuentos en su coloquio, a él no le sacaba nadie de la guerra, del empuje carlista y de la necesidad de que un jefe militar de prestigio y valor se pusiese al frente de las partidas navarras para organizarlas y hacer con ellas un poderoso ejército reglado.

Rara vez sacaba de su cabeza aquel viejo y maldecido tema de la liberación voluntaria y de la muerte de la bestia carcelera; pero una noche que estaban solos en el café, lo sacó, como se trae del desván un trasto viejo y se le limpia el polvo, a ver si lo ha deteriorado el tiempo o lo han roído los ratones.

Y sacaba de un bolsillo La fe triunfante, librito encuadernado en pergamino, de antigua y rojiza impresión, que acariciaba con un cariño feroz. ¡Bendito padre Garau!