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Zapiola es el último en volver su caballo, y recibe a poco trecho un balazo, y cayera en manos del enemigo si un soldado de granaderos a caballo no se desmonta y lo pusiera como una pluma sobre su montura, dándole a ésta con el sable para que más aprisa disparase.

Y él, que había sido el primer sable del ejército carlista y llevaba sobre su conciencia una cabeza partida hasta la mandíbula en un duelo durante la campaña contra los turcos, sonreía orgulloso al ver cómo este muchacho de once años se mantenía firme durante la lección de esgrima, evitando sus duros golpes y devolviéndoselos con éxito al menor descuido.

Pero los padrinos se habían portado mal, eran torpes, a pesar de las ínfulas del coronel Fulgosio que decía tener el código del honor en la punta de los dedos: no parecían armas, se había hablado del sable primero, pero no parecían sables de desafío; no había en Vetusta sables así, o no querían darlos los que los tenían.

He recibido la noticia oficial, el acta de defunción, el pésame del ministerio de Marina, el sable y las charreteras del difunto y una pensión de 750 francos para que pueda poner coche en los días de mi vejez. ¡Viuda, viuda, viuda! No hay palabra más bonita en la lengua francesa.

Y tomando el canalón, que andaba por el suelo, y ocultando el sable debajo de los manteos, salió por la puerta. El barón cogió la boina, se puso un grueso montecristo de abrigo y le siguió. ¡Alto! exclamó antes de que hubiera dado cuatro pasos. ¿No te parece que echemos la espuela? Fray Diego dejó escapar un gruñido afirmativo.

Era el cuadrillero del pueblo, que desenvainando un inmenso sable de caballería, se dispuso a cerrarle el paso, mientras que la gente que seguía al perro con palos, hoces y horquillas, le gritaba: ¡Mátale, Cachucha, mátale; está rabioso! El pobre animal miró a derecha e izquierda, buscando una salida salvadora.

«¡Mejor!», acabó por decirse una vez extinguida su cólera. Adivinaba lo que iba á ocurrir: la suerte final de aquellos bravos de sable afilado frente á los hombrecillos astutos y amarillos que se habían ido apropiando en silencio el arte de matar de los occidentales.

Cuando Juan, sable en mano, pasó ante el coronel, las dos imágenes de las dos hermanas, se reunían, se confundían tan bien en sus recuerdos, que entraban y desaparecían, por decirlo así, una en la otra, formando una sola y misma persona. Todo paralelo se hacía imposible, gracias a esta singular confusión de los dos términos de comparación.

Los oficiales gritaban sus órdenes con el sable roto y la cabeza vendada; los hombres se batían sin pensar en sus heridas, cubiertos de sangre, hasta que se desplomaban muertos. Caragòl, poco aficionado á las empresas militares, se entusiasmaba relatando á Ferragut esta lucha heroica, sólo porque habían figurado en ella sus nuevos amigos.

No quería yo más para divertirme: así es que, poniendo una silla en lugar de toro, le capeé, le puse banderillas y le muerte con mi sable, pasándole de parte a parte. ¡Cuánto se rieron aquellos condenados! Hasta el General acudió a verme. Veo que has aprovechado el tiempo en el campamento francés dijo la señora madre con tremenda ironía. Si no querían dejarme venir.