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El licenciado, hombre de una probidad admirable, declara que no sabe tocar las castañuelas, lo cual no impide que enseñe en catorce capítulos cómo han de tocarse. Para enseñar una materia no es absolutamente imprescindible saberla, cosa que se observa en la «Crotalogía» del licenciado Francisco Agustín Florencio y en casi todas las cátedras de las Facultades modernas.

No se podía dudar de la buena fe de la joven, en cuyos ojos brillaba la franqueza. Pues bien, va usted á oir la verdad puesto que quiere saberla. En lugar de irnos á pasear por las costas de Egipto y de Siria, Marenval y yo hemos atravesado el istmo de Suez y por el mar de las Indias y Batavia llegado á la Nueva Caledonia.

¡Ay, señor editor, pero habrá que leerlos!... Preciso, señor Fígaro... ¡Ay, señor editor, mejor quiero rezar diez rosarios de quince dieces!... ¡Señor Fígaro!... ¡Oh, qué placer el de ser redactor! Política y más política. ¿Qué otro recurso me queda? Verdad es que de política no entiendo una palabra. ¿Pero en qué niñerías me paro? Si seré yo el primero que escriba política sin saberla!

Gentes hay por ahí de mayores estudios, que no se irritan menos si les tocan lo que llaman nuestros siglos de oro. Es culpa de la educación que se da en este país. La Historia es una mentira; para saberla tan mal, mejor sería ignorarla. En las escuelas se enseña el pasado del país con un criterio semejante al del salvaje, que aprecia los objetos por el brillo, no por su valor y utilidad.

Pero esta calma era precursora de la tempestad. Una mañana, díjole monseñor: El Rey está muy enojado contra ti; ignoro por qué causa. Creo adivinarla repuso el joven. Pues yo no quiero saberla. Su Majestad, no obstante, te perdona; pero exige que dentro de dos días ingreses en el Seminario. ¿Yo, tío?... El Rey lo ordena, y contra él, en todo caso, tendrías que protestar.

AZUCENA. no conoces esa historia, aunque nadie mejor que pudiera saberla. MANRIQUE. ¿Yo?... AZUCENA. Te separaste tan niño de mi lado ¡ingrato! Abandonaste a tu madre por seguir a un desconocido... MANRIQUE. A don Diego de Haro, señor de Vizcaya. AZUCENA. Pero que no te amaba tanto como yo. MANRIQUE. Mi objeto era el de haceros feliz.

Además, usted es demasiado buena para oirlas. Se horrorizará usted y se turbaría la paz serena de su espíritu. ¡Oh! no: cuénteme usted. Tal vez alguna falta muy grave. No importa; cuéntemela usted, que yo se la perdono antes de saberla. Falta mía no es. ¿Falta de otro? ¿A ver? dijo la mística con ansiosa curiosidad. Deje usted para todas esas amarguras, señora.

No habéis visto nunca nada más brillante que su persona, ni más muelle que su envoltura. Tenía treinta y tres años, una hermosa edad para las mujeres que han sabido conservarse. La belleza, el más perecedero de todos los bienes terrestres, es aquel cuya administración resulta más difícil. La Naturaleza la da; el arte añade muy poca cosa, pero es necesario saberla conservar.

Lo que toca á su idioma y lenguaje es tan difícil, que para saberla y aprenderla no basta muchos años. Hasta ahora no se ha acabado el Vocabulario, y estando aún en la C, hay ya veinticinco cuadernos. La Gramática es dificilísima y el artificio y definición de los verbos es increíble.

Norabuena respondió Costanza ; que yo la rezaré, porque leer. Ha de ser con condición dijo Tomás , que no la ha de mostrar a nadie; porque la estimo en mucho, y no será bien que por saberla muchos se menosprecie. Yo le prometo dijo Costanza , Tomás, que no la a nadie; y démela luego, porque me fatiga mucho el dolor. Yo la trasladaré de la memoria respondió Tomás , y luego se la daré.