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Las mujeres, sabedoras de lo ocurrido gracias á la pasmosa rapidez con que en la huerta se transmiten las noticias, salían al camino para ver de cerca al bravo marido de Pepeta y compadecerle como á un héroe sacrificado por el interés de todos.

La Condesa de Astorgüela era, según unos, desinteresada protectora de la doble asociación; según otros, no más que un agente, a quien las Hijas de la Salve buscaron, sabedoras de su prestigio cerca de ciertos elementos sociales, pagándola sus desvelos, amén de otros beneficios, con otorgarla una gran autoridad en el que pudiera llamarse sin ofensa consejo administrativo de la asociación.

Un tío, que le servía de tutor y curador, se la confío a las monjas, quienes, sabedoras de la riqueza de la niña, procuraron ante todo despertar en ella vocación religiosa; mas persuadidas pronto de que no era catequizable, pusieron gran empeño en educarla de modo que su ilustración y buenos modales redundaran en honra del convento.

Y así ha estado la carta. Muerto el Marqués, no existían en el mundo sino tres personas sabedoras del propósito de la Condesa de dejar a V. por heredera. ¿Y quiénes eran esas tres personas? preguntó doña Luz con el mayor interés. La misma Condesa, mi mujer, que es sigilosa hasta lo sumo, y un servidor de V., señora Marquesa. ¿Y nadie más? Nadie más. ¿Está V. seguro? Lo estoy.

Las personas de su intimidad, sabedoras del fundamento que esto tenía, eran parcas en adjetivos duros al hablar de los curas malos, y en cambio no perdonaban ocasión de elogiar a cualquier capellán que se distinguiera por cosa buena, sin que con esto lograran tampoco que don José dijese de un modo claro su parecer sobre la gente de sotana.

Fortunata simpatizaba mucho con Aurora y muy poco con la mamá y con Olimpia. Temía que se burlasen de ella, por su falta de educación, y que la estimaran en poco, sabedoras de su pasado. Reconociendo que le eran las tres muy superiores por la crianza y el acertado empleo de palabras finas, a veces quedábase a oscuras de lo que hablaban, y sólo asentía con movimientos de cabeza.

821 Libre Dios a los presentes de que sufran otro tanto; con el muerto y esos llantos les juro que faltó poco para que me vuelva loco en medio de tanto espanto. 822 Decían entonces las viejas, como que eran sabedoras, que los perros cuando lloran es porque ven al demonio; yo creia en el testimonio como cré siempre el que inora.