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Esta nueva vista no es tan simétrica y artificial como la de Rívoli; pero es más extensa, más graciosa y más alegre, de más efecto. Aquí hay más expansion, más capricho, más fantasía: es decir, hay más creacion individual. El Rívoli es una galería del Estado. Los bulevares son inmensas galerías del pueblo.

Mi mujer estaba encantada. Tenia razon: aquello parecia un bosque hechicero. ¡Si todo fuera así! Eran casi las diez, estábamos muy léjos de la calle de Feydeau, nos encontrábamos muy cansados, yo tenia que escribir esta reseña, y determinamos dejar para otro día la visita de la calle de Rívoli, hasta el palacio del ayuntamiento, y si el tiempo lo da, hasta la plaza de la tan célebre Bastilla.

Mañana correrémos los bulevares de Montmartre, de los italianos, de las Capuchinas, de la Magdalena; bajarémos por la calle Real, siguiendo despues la calle de Rívoli, hasta el Hotel de Ville, y dando un vistazo á las Tullerías, Plaza de la Concordia, campos Elíseos, y arco de la Estrella, monumento suntuoso, que no cuesta á Paris menos de 39 ó 40 millones de reales.

Así pago, así paga un cafre de allende el Pirineo, el insulto cobarde de un novelista mal educado y aturdido. Almorzamos bastante bien en el establecimiento de caldo de la calle de Montesquieu, y á las seis y media de la tarde entrábamos en el restaurant de San Jacobo, calle del Rívoli, en donde ya nos esperaban el viejo Lesperut y su hijo Hipólito, teniéndonos reservados dos asientos en su mesa.

Aquí la escena cambia de aspecto; de un círculo de luz y de bullicio, pasamos á un círculo de meditacion y de melancólica poesía. Hay luces que vienen á reflejarse en nuestros ojos: hay luces tambien que vienen á reflejarse en nuestra alma. En este sentido, la Bastilla está más alumbrada que los almacenes del Rívoli.

Aparte de los trabajos colosales del Louvre, que la imaginacion no acierta á comprender hayan sido ejecutados en tan corto plazo, la calle de Rivoli, majestuosa y soberbia, viene á aumentar la admiracion del viajero. En todos los barrios de la gran capital, se han derribado centenares de casas miserables, sobre cuyas ruinas se levantan hoy palacios y elegantes edificios.

Pues es el héroe de Friedland. ¿Conocen ustedes al duque de Istria? Pues es quien principalmente decidió la victoria de Rívoli. ¿Y qué me dicen de Joaquín Murat? Pues es el gran soldado de las Pirámides, y el que mandó la caballería en Marengo...

Aquí tambien rodaron las cabezas de dos mujeres, dos mujeres funestamente célebres, dos envenenadoras: la Boisin y la Brinvilliers. Seguimos la calle de Rívoli, subimos por la Magdalena y nos hallamos en el bulevar de este nombre, divisando á poco los bulevares de las Capuchinas, Italianos, Montmartre, Poisonnière y una parte del de San Martin.

Se acercaba la hora de comer, y tuvimos el sentimiento de abandonar su compañía, no sin prometernos comer juntos al dia siguiente en el restaurant de San Jacobo, calle de Rívoli. No habian trascurrido diez minutos, cuando nos hallábamos en la casa en donde debiamos comer por franco y medio cada cubierto.

Una de las mas bellas calles de Paris es la de la Paz, que desemboca en la plaza de Vendóme, donde se levanta la altísima columna de hierro que sustenta á la estatua de Napoleon . Merecen citarse tambien las calles de Richelieu, Vivienne, Saint-Denis, Chaussée-d'Antin, Saint-Martin, Rivoli, Sebastopol, y otras ciento, todas hermosas, rectas, largas, y aun estratégicas.