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¿Y si el niño estaba herido y le metieron en el hospital francés?... Yo he de averiguarlo, señora exclamé . Mañana mismo pediremos un salvoconducto para ir al campo enemigo. Me parece que allí le encontraremos. Ya sabes que te he prometido una gran recompensa. Si haces lo que dices y encuentras a mi hijo y le traes me dijo la de Rumblar la recompensa será aún mayor.

Con tan sabía máxima, que el heredero de Rumblar juró cumplir al pie de la letra, despidióse D. Paco, y seguimos nuestra marcha muy contentos.

El herido se incorporó al verme, y alzando su mano me dijo algunas palabras que resonaron en mi cerebro con eco que no pude nunca olvidar; ¡extrañas palabras! Aparteme rápidamente de allí y entraba por la puerta de la Caleta, cuando la de Rumblar, andando a buen paso tras de , me detuvo. Lléveme usted a mi casa. Si es preciso ocultarle a usted, yo me encargo.

Yo me arriesgaré a tratar con mi tía, que es el jefe de la familia, pero antes conviene tantear a la de Rumblar, a ver qué tal se presenta. Ante todo debo indicar prudentemente a doña María que usted reconoce haber estado algo dura en la entrevista. ... lo encomiendo a tu habilidad, y me quedo tranquila... Si te recibe mal, no te importe.

La señora de Rumblar, después de ordenar a Presentación que se alejase, me recibió con un exordio severísimo, y luego añadió: No debía ocuparme de nada que se refiera a aquella casa donde ayer por mi desgracia estuve; pero la cortesía me obliga a oírle a usted, nada más que a oírle por breve tiempo. Señora dije yo me marcharé pronto. Recuerdo que usted me rogó que no volviese más a su casa.

Salimos y bajamos. Cuando la condesa de Rumblar se apartó de nuestra vista; cuando la claridad de la lámpara que ella misma sostenía en alto, dejó de iluminar su rostro, me pareció que aquella figura se había borrado de un lienzo, que había desaparecido, como desaparece la viñeta pintada en la hoja, al cerrarse bruscamente el libro que la contiene.

Y sin esperar a que le rogasen, el mayorazguito de Rumblar, con sonsonete de escuela, voz agridulce y afeminados gestos, dió principio a la siguiente retahila: Por el barandal del cielo se pasea una doncella blanca, rubia y encarnada, que alumbra como una estrella, San Juan le dice a Jesús: «¿Quién es aquella doncella?» «Nuestra Madre, buen San Juan, nuestra Madre linda y bella»; la Virgen no viene sola: ángeles vienen con ella; no viene vestida de oro, ni de plata, ni de seda: viene vestida de grana.... ..........................

Vivía en el piso alto la de Leiva y en el principal la de Rumblar, quien por el reciente reumatismo de su ilustre parienta, ejercía el cargo de jefe y director supremo de la familia con toda la extensión propia de su carácter. Al entrar y subir detúvonos un lejano y solemne rumor de rezos, y D. Diego dijo: Aguardemos aquí; que están rezando el rosario con Ostolaza, Tenreyro y D. Paco.

La mía no me acusa de haber cometido en ningún tiempo bellaquerías como la de anoche. ¿Cuál? Ya lo sabe usted. Acabamos de oír a la señora de Rumblar añadió la estantigua enfureciéndose gradualmente . Digo y repito que es una gran bellaquería. Eso va con usted, Araceli. No, con usted, con usted, lord Gray.

Todos los jóvenes se deben a su rey y a su patria en estos terribles días en que un miserable extranjero se atreve a conquistar a España. Hijo mío, mucho te amo; pero prefiero verte muerto en los campos de batalla y pisoteado por los caballos franceses a que se diga que el hijo del conde de Rumblar no disparó un tiro en defensa de su patria.