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Don Diego se le ofreció mucho, y preguntándole su nombre, salió el ventero y puso los manteles, y oliendo la estafa, dijo: -Dejen eso, que después de cenar se hablará, que se enfría. Llegó un rufián y puso asientos para todos y una silla para don Diego, y el otro trujo un plato.

Aderezábanlas y dilatábanlas con dos ó tres entremeses, ya de Negra, ya de Rufián, ya de Bobo, ya de Vizcaíno, que todas estas cuatro figuras, y otras muchas hacía el tal Lope, con la mayor excelencia y propiedad que pudiera imaginarse. No había en aquel tiempo tramoyas, ni desafíos de moros y cristianos, á pie ni á caballo.

Los rufianes hicieron la cuenta, y vino a montar de cena sólo treinta reales, que no entendiera Juan de Leganés la suma. Decían los estudiantes: -No pide más un ochavo. Y respondió un rufián: -No, sino burlárase con este caballero delante de nosotros; aunque ventero, sabe lo que ha de hacer. Déjese V. Md. gobernar, que en mano está...

Los demás, como El rufián viudo, El viejo celoso, etc., no desmerecen tampoco de los anteriores. La dicción de estos entremeses, ya en los versos de dos de ellos, ya en la prosa de los restantes, ofrece maravillosos ejemplos de la fusión del lenguaje de la vida ordinaria con la cultura literaria más refinada . Lupercio Leonardo de Argensola.

Hasta El rufián dichoso, que por su licencia y mal gusto es la peor de todas las Comedias de santos que conocemos, las ofrece también.

Verdad es que para tenerlas, no reparaba en escrúpulos, y así se las manejaba de manera harto donosa, siendo protector de rufianes y valentones, á quienes sacaba el dinero por tenerlos al amparo de la justicia, teniendo de su particular predilección á Juan de Barrio, rufián célebre en Sevilla por sus tropelías, y á otros no menos conocidos como Francisco de Espino, Francisco Bautista, Medrano y Escamilla, siendo también muy señalada su protección á la Garrida y á María Pérez, dos mozas de chapa, regatonas de pescado en la Costanilla.

Y ya que lo hubieron comido todo y que el cura repasaba los huesos de los otros, volvió el un rufián y dijo: -Oh, pecador de , no habemos dejado nada a los criados. Vengan aquí V. Mds. Ah, señor güésped, déles todo lo que hubiere; vea aquí un doblón.

»Y, diciendo esto, se paseaba por la sala con la daga desenvainada, dando tan desconcertados y desaforados pasos, y haciendo tales ademanes, que no parecía sino que le faltaba el juicio, y que no era mujer delicada, sino un rufián desesperado.

El asunto que me ha traído aquí, sólo a atañe contesté, haciéndole frente con repugnancia. Si le incumbe a mi esposa, yo tengo derecho de saberlo insistió. ¡Su esposa! grité, avanzando hacia él y dominando con dificultad el poderoso impulso que sentía de golpear y arrojar al suelo a ese joven rufián. ¡No la llame su esposa, hombre! ¡Llámela por su verdadero nombre: su víctima!

Dice así: «Sucedió á Lope de Rueda, Naharro, natural de Toledo, el cual fué famoso en hacer la figura de un rufián cobarde.