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La época, el calzón ajustado, pie y brazo acuchillados. Es que no tengo. , tienes dice un compañero, el calzón que te sirvió para Dido. Ya; pero eso debe ser otra época. No importa: le pones cuatro lazos y es eso. Yo saco peluca rubia dice el gracioso. ¿Por qué rubia? No tengo más que rubias; todas las hacen rubias. Bien; así como así la escena es en Francia.

Su padre le inspiraba desprecio, su madre despego, y sólo seguía adorando a Lilí, único ángel que quedaba ya en la casa. En cuanto a Jacobo, evitaba su presencia en lo posible, y más de una vez sorprendió Currita, con verdadero miedo, en los ojos del niño una mirada de rencor profundo, que relucía entre sus largas pestañas rubias como un acero al salir de la vaina.

Después buscaba con su vista otra cabeza igualmente gloriosa, aunque menos blanca, con las barbas rubias y entrecanas, la nariz rubicunda y unas mejillas herpéticas que en ciertos momentos echaban á volar las películas de su caspa.

Saliose Florela, y doña Guiomar fue a sentarse a su tocador, y contemplose al espejo, y hallose, más hermosa que nunca; que el amor hace hermosos aun a los ojos feos, y a los hermosos los sublima, haciendo de ellos un cielo; y un cielo veía en sus ojos doña Guiomar, porque en el amor que en sus ojos hallaba, la parecía como que veía la imagen de aquel por quien el amor acongojaba su alma; y la sucedía que cuanto más se contemplaba, más la parecía ver en sus ojos la fugitiva sombra de su deseo; y a tal llegó su amorosa ilusión, que creyó que no en sus ojos, sino detrás de ella, sobre las rubias trenzas de sus cabellos, aparecía la imagen de su anhelado, mirándola ansioso, copiado por el espejo, y como si detrás de ella hubiese estado de rodillas.

Pertenecía a la variedad rara y exquisita de las rubias trágicas; sin ser muy alta, imponía por la perfección de su belleza, por el brillo extraño de sus ojos de un azul sombrío, por el royo de inteligencia de su frente ancha y pura; tenía en los extremos de su boca un pliegue misterioso, que parecía formado por un amargo desdén.

Era un mozo alto, de anchas espaldas y vigoroso cuello, con unas barbas rubias que me gustaba tirar cuando me ponía en sus rodillas para meterme en la cabeza el A, B, C, con gran esfuerzo de trozos de regaliz. Creo que siempre fui su buena amiga, aunque él no haya debido quererme más que a los otros discípulos, pues la cara que tenía entonces ha desaparecido en la niebla como todas las demás.