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«¡Y qué cortinas! decía Bou tocándolas de un modo irreverente con el roten . Esta gente no gusta de tener frío. ¡Toma!, el frío se ha hecho para el pobre obrero que anda sin trabajo por las calles. Eso es, hay dos Dioses, el Dios de los ricos que da cortinas, y el Dios de los pobres que da nieve, hielo.

Durante estas poesías y las otras que siguieron, el caballero de las patillas no dejaba de gritar de cuando en cuando, al final de las estrofas: «¡Olé! ¡Viva tu mare!», dando el consabido porrazo en el suelo con el enorme roten que empuñaba. Yo cada vez estaba más escamado de él, y por encima de las cuartillas que tenía en la mano le echaba miradas, ora de temor, ora de recriminación.

Cuando dió el salto para cogerse a las rejas, el terrible Piscis se había vuelto ya y le vió. De dos brincos se plantó debajo del corredor, antes que el intruso pudiera montar sobre la barandilla, y con su famoso roten, le descargó en las espaldas tal garrotazo, que el pobre hombre soltó las manos y se dejó caer al suelo.

Bueno; entonces al pasar por delante de casa recogeré el roten. Dejaron atrás las calles principales, no sin que Piscis se detuviese en su domicilio un instante, para dar cumplimiento a lo que acababa de manifestar. Muy pronto alcanzaron las extremidades de la villa, donde habitaban, por regla general, los menestrales.

La persona del bravo catalán se componía de dos partes: su cuerpo atlético, liado en una americana de cuadros, y un bastón roten, cuyo puño, formado de un asta de ciervo, se encorvaba, ofreciendo a la mano todas las facilidades de adaptación, ya para apoyarse, ya para hacer el molinete, o bien para que el palo fuera una especie de batuta de la palabra.

No era difícil conocer al primer golpe de vista a las notabilidades de la ciudad: una fila de altos sombreros de felpa, de bastones de roten o concha con puño de oro, de gabanes de castor, todo puesto en caballeros provectos y seriotes, revelaba claramente a las autoridades, regente, magistrados, segundo cabo, gobernador civil; seis o siete pantalones gris perla, pares de guantes claros y flamantes corbatas denunciaban a la dorada juventud; unas cuantas sombrillas de raso, un ramillete de vestidos que trascendían de mil leguas a importación madrileña, indicaban a las dueñas del cetro de la moda.

Y el fervoroso cristiano que volvía del templo, lleno su corazón de místicos regocijos; y el célibe egoísta que, empuñando el roten, se desperezaba á la puerta de su casa, dispuesto á emprender el higiénico paseo extramuros; y el labrador afanoso que arreaba la yunta y dirigía el arado para abrir el primer surco en su heredad; y el bracero menesteroso ... cada cual, á su manera, saludaba con himnos del corazón aquel inolvidable Sábado de Gloria de 1878.

El bastón de roten y las enormes rodilleras de los calzones le acababan de caracterizar. Era hombre muy humorístico y tenía una baraja de chistes referentes al tiempo.