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No era un rumor confuso y fantástico, como los que produce el viento o la mar, sino firme y bien definido, perfectamente claro para sus oídos. Pronto se convirtió en el ruido acompasado y característico de la muchedumbre que marcha ordenadamente. Los ojos atónitos de la joven distinguieron a la luz del farol las puntas de las bayonetas y los roses charolados de la tropa.

Todos ellos sentían sobre sus roses una continua descarga de miradas de odio, que, a pesar de no merecer, recibían con la resignación del que está avezado a padecer injusticias. Pronto dejaron las últimas casas del pueblo y entraron en la carretera, cuyo primer trozo estaba guarnecido de altos álamos. El cielo seguía negro y espeso, envolviendo en tinieblas a la tierra.

Es únicamente mi objeto apuntar unas cuantas ideas acerca de la teoría de los artículos en blanco, género nuevo en nuestro país, y para el cual debió decir Malherbe aquellos versos: Et rose elle a vécu ce que vivent les roses L'espace d'un matin. Quod scripsi, scripsi, dijo un antiguo y famoso magistrado.

Un grupo de oficiales de Infantería y Caballería ocupaba un banco entero, y el sol parecía concentrarse allí, atraído por el resplandor de los galones y estrellas de oro, por los pantalones rojo vivo, por el relampagueo de las vainas de sable y el hule reluciente del casco de los roses.

Los primeros que se dejaron ver fueron un oficial muy joven con un uniforme de marcha y un caballero no muy bien parecido con gabán abrochado y llevando en la mano bastón con borlas. Por detrás de ellos se veían los roses y los fusiles de algunos soldados.

A fin que tout vous semble aujourd'hui lis et roses, J'aurais soin de la noce et paîrai toutes choses; Mais vous verrez demain qu'on a peu de douceur A diner de ma vie, á souper de mon cœur Et qu'on est mal vêtu d'un drap de patience Double de foi par tout et garni de constance. Lo probará un solo ejemplo.

Aquella noche era la última de feria. Destacábanse los grupos de soldados, con los roses enfundados de blanco; los huertanos iban en cuadrilla, cogidos de las manos por temor de extraviarse; y pasaban las labradoras con su traje de fiesta, arrastrando tras un racimo de chiquillos llorones y cansados, precedidas por los maridos en mangas de camisa, chaleco negro y el garrote de Liria en la mano, mirando a todos con fijeza, como si temiesen que los «señoritos» se burlasen de la familia.