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Fueron todas las galeras á dar fondo en la Roqueta, con prevención de Juan Andrea Doria de prepararse al aguada al amanecer el día 15 de febrero, y de desembarcar la tropa que había de proteger la operación.

En este momento empezaba en realidad la jornada. Las galeras hicieron su derrota por las escalas de las islas Gozzo, Lampadosa y Querquenes, bajando de ésta á tomar el canal de Alcántara y costear la isla de los Gelbes, entre ella y la tierra firme hacia Oriente, con objeto de entrar en la Roqueta de los Gelves, donde se hace aguada.

Luego, con un odio en el que parecían concentradas todas la persecuciones, decía el marino, refiriéndose a sus hermanos de raza: Bien empleado les está, por cobardes, por tener demasiado amor a la isla, a esta Roqueta en la que hemos nacido. Por no abandonarla se hicieron cristianos, y hoy que lo son de veras les pagan a coces.

El capitán rezongaba... ¡Cosas viejas! El alma de la Roqueta era aún la misma que en aquellos tiempos. Persistía el odio de religión y de raza. Por algo vivían aparte, en un pedazo de tierra aislado por el mar. Pero Valls recobraba pronto su buen humor, y como todos los que han rodado por el mundo, no podía resistirse a la invitación de relatar su pasado.

Y el hombre práctico, el inglés, para no divagar más, cubría otras dos hojas con las explosiones de su indignación contra todo lo que le rodeaba: contra sus hermanos de raza, tímidos y humildes, que besuqueaban la mano enemiga; contra los nietos de los antiguos perseguidores; contra el feroz padre Garau, del que no quedaba ya ni polvo; contra la isla entera, la famosa Roqueta, a la que vivían sujetos los suyos por un amor al terruño, pagado siempre con aislamientos e insultos.

¡Ay! Aquel loco de Pablo Valls tenía en parte razón. Esas alianzas podían ser en el resto del mundo, pero Mallorca, la amada Roqueta, tenía un alma todavía viva, el alma de otros siglos, cargada de odios y preocupaciones.

Acercándose las escuadras hacia la torre que construyeron los catalanes en 1284, donde suele residir el jeque con alguna población, descubrieron dos naos: la una surta en el canal que llaman de la Cántara; la otra entre la Cántara y la Roqueta, y una milla más adentro, cerca de la puente que comunica á la isla con la tierra firme, dos galeotas.

Don Ramón Brondo, Caballero del Hábito de Calatrava, Almirante de la Mar. Don Francisco Desbrull y Font de Roqueta, del Hábito de Calatrava, Depositario de Pretendientes. Don Gabriel Fuster, Depositario de la Curia Civil. Jaime Mas, Alcaide de las Cárceles Secretas. Miguel Seguí, Notario y Nuncio del Secreto. Gabriel Guasp, Portero del Secreto. Nicolau Rubert, Notario, Procurador del Fisco.

Nuestras galeras se recogieron todas á la Roqueta, y otro día por la mañana echaron gente en tierra para hacer agua; y como los de la isla habían descubierto las galeras el día antes, acudió mucha gente de pie y caballo: pusiéronse en unos palmares allí cerca. El Visorrey tenía en tierra hasta 3.000 hombres, y hecho el escuadrón, mandó salir arcabuceros que fuesen á escaramuzar con los enemigos.

Se puso toda la gente en tierra el 7 de marzo sin oposición alguna; antes vinieron dos moros á hablar al Duque de parte del jeque Mazaud, haciendo saber que había sido recibido de toda la gente de la isla por Señor, y en este concepto se reconocía buen vasallo de S. M. Católica: por tanto, podía volver á embarcar la tropa; y si quería comprar algunos refrescos, que se trasladara á la Roqueta, donde el jeque iría á verse con él para tratar del ataque de Trípoli.