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Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado.

Todavía mi súbita transformación hubiera podido tener buen éxito si atino a ganarme antes la buena voluntad de la muy poderosa e ilustre señora doña Inés López de Roldan. Pero, lejos de eso, lo que hice fue provocar su enojo.

En los más antiguos se usa indistintamente de la rima perfecta ó del asonante, pero las vocales finales son las mismas en toda la composición, v. gr.: Porque el gran emperador Así lo había mandado, Llegó el valiente Roldán De todas armas armado, En el fuerte Briador, Su poderoso caballo, Y la fuerte Durlindana Muy bien ceñida á su lado; La lanza como una entena, El fuerte escudo embrazado, etc.

El 29 de junio, día de San Pedro Apóstol, sintió doña Inés desde muy de mañana los primeros dolores, y con gran facilidad dio a luz en aquel mismo día a un hermoso niño. La madre y el señor Roldan decidieron que debía llamarse Pedro, en honor del Príncipe de los apóstoles en cuyo día había nacido y del que eran muy devotos.

Á buena parte vienes, Simón, como si para lances tales valiera más un arquero machucho, por bueno que haya sido, que uno de esos zánganos mozos con ojos de lince y puños de hierro. Pero en fin, déjame tomarle el tiento á ese arco tuyo, Roldán, que me parece de los buenos. Escocés de construcción, no hay más que verlo, ligero y flexible á la vez que poderoso.

Y era que cuál sería mejor y le estaría más a cuento: imitar a Roldán en las locuras desaforadas que hizo, o Amadís en las malencónicas.

Doña Inés, con su severidad y su tiesura, casi le infundía miedo; pero le venció la vergüenza, hizo cuanto pudo para apartarlo de , y se dirigió, con todos los bríos que pudo recoger y acumular en su ánimo, a casa de la señora doña Inés López Roldan, a quien sabía él que hallaría sola a la hora de la siesta. En casa de doña Inés se comía entonces a las dos de la tarde.

Sobrina, yo no si tengo ó no la honra de conocer á la familia de esta señorita, cuyo apellido no me has dicho. ¿Cómo un forastero recién llegado ha de adivinar la familia de quien sólo sabe que se llama Clori en poesía y Clara en prosa? ¡Ay, es verdad! ¡Qué distraída soy! No había yo dicho á V. cómo se llamaba mi amiga. Pues bien, tío: esta señorita se llama Doña Clara de Solís y Roldán.

Por supuesto que los alumnos no sabían palabra de todo esto; antes se tenían formada, de la braveza y esfuerzo de su director, una idea superior a toda hipérbole; no había en el colegio quien no le tuviese por más áspero y belicoso que Roldán y más denodado que Oliveros de Castilla, y quien no le temblase.

El obispo sería hospedado en casa de los señores de Roldan los tres o cuatro días que estuviese en Villalegre. Doña Inés, por tanto, pensando en los preparativos y en todos los medios que había de emplear para hacer con lucimiento recepción tan honrosa, perseveró en refrenar su ira contra Juana la Larga, a quien imaginaba seductora de su padre.