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Millares de luces rojas, verdes, amarillas, carmesíes, grises y azules ardían dentro de él, poblando el pavimento, la techumbre y las paredes, descomponiéndose en infinitos matices que regocijaban los ojos y los deslumbraban.

V. las citas que hacemos más abajo, de Cervantes y Agustín de Rojas. Las primeras dos elegantes y graciosas comedias del excelente poeta y representante Lope de Rueda, sacadas á luz por Juan de Timoneda: estas son Comedia Eufemia y Comedia Armelina. Valencia, 1567. Sevilla, 1576. Las segundas dos comedias de Lope de Rueda; Comedia de los engaños y Comedia Medora. Idem.

La protección, que le dispensaron dos grandes generosos, el conde de Lemos y D. Bernardo de Sandoval y Rojas, arzobispo de Toledo, hicieron los más felices los últimos años de su vida, y le proporcionaron tranquilidad suficiente para realizar sus planes poéticos, como el de la continuación de la Galatea, la comedia El engaño á los ojos, dos obras desconocidas, el Bernardo y Las Semanas del Jardín, y la novela Persiles y Segismunda, única que nos ha conservado el tiempo.

Juan de Malara y otros poetas dramáticos de Sevilla. Perfeccionamiento del aparato escénico por Pedro Navarro. Noticia de las compañías errantes de El viaje entretenido de Agustín de Rojas.

La desvergüenza, con que abusaban los libreros del nombre de Calderón, llegó á tal extremo, que pusieron bajo el nombre de D. Pedro Calderón obras de otros poetas, de todos conocidas, como, por ejemplo, El tejedor de Segovia, de Alarcón, y el García del Castañar, de Rojas, y hasta algunas, cuyo verdadero autor se nombra á su conclusión.

Después de lo cual, con toda tranquilidad entré, y ahora verás lo que hallé. Entra. Ambos penetraron en una bóveda estrecha y baja, formada por enormes piedras rojas, en las que la luz proyectaba, al marchar los dos amigos, su vacilante resplandor. Cuando hubieron andado unos treinta pasos, apareció ante Hullin una gran cueva de forma circular, desplomada por lo alto y abierta en la roca viva.

El estanciero Rojas hablaba vehementemente al comisario del pueblo, que le respondía con gestos de extrañeza. Atraído por el saludo de los dos, Robledo se aproximó.

En cualquier parte del mundo habrían llamado la atención. Una de ellas, la señorita de Caicedo Rojas, tiene la intuición maravillosa de los grandes maestros. La intuición, porgue nunca ha salido de Bogotá y no ha podido, por consiguiente, asimilarse la tradición de los conservatorios europeos respecto a la interpretación de los clásicos.

A media tarde, luego de haber almorzado en la estancia de Rojas, volvió Moreno á la Presa y echó pie á tierra frente á la antigua casa de Pirovani. Torrebianca se paseaba por la habitación que le servía de despacho. Iba vestido de luto y su aspecto era aún más triste y desalentado que en los días anteriores.

Cuando levantaba de nuevo los ojos, las altas vidrieras se habían iluminado, y sus imágenes de esmalte resplandecían, con las túnicas azules y rojas y las bellas caras en éxtasis, circundadas por el oro de las aureolas. Así le esclarecían las palabras de Julio sus ideas íntimas, y pálidas figuras dormidas se incorporaban como atónitas en la penumbra de su espíritu.