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Tribus de hábiles arqueros la sitiaban a todas horas, lanzando flechas empapadas en incurables venenos. Eran las temidas «flechas de hierba», que hinchaban el cuerpo del herido con negruzca y mortal tumefacción. Los víveres del país el pan de cazabe, los frutos de la selva, la carne de los roedores había de conquistarlos diariamente a punta de espada.

En el tacuapí, bajo él y alimentándose acaso de sus brotos, viven infinidad de roedores. Cuando aquél se seca, sus huéspedes se desbandan, el hambre los lleva forzosamente a las plantaciones; y de este modo los tres perros de Fragoso, que salían una noche, volvieron en seguida restregándose el hocico mordido. Fragoso mató esa misma noche cuatro ratas que asaltaban su lata de grasa.

De pronto Ramiro levantó una pierna para cruzarla sobre la otra, y a un tiempo, como un solo ser, todos los roedores dispararon hacia los muros en instantánea fuga. Luego reaparecieron, se aproximaron, y cobrando confianza, rodearon por completo el asiento del joven hidalgo. Cuando Casilda regresó, Ramiro dormía profundamente. La muchacha contemplole un buen rato, temiendo quizá despertarle.

Gillespie sonrió, satisfecho de no estar solo en esta tierra misteriosa. No se había equivocado: eran ratas ú otros roedores del bosque de arbustos. De nuevo empezaba á adormecerse, cuando un zumbido, que parecía sofocado voluntariamente, pasó varias veces sobre su rostro. Al mismo tiempo le abanicó las mejillas cierta brisa dulce, semejante á la que levantan unas alas agitándose con suavidad.

Nadie puede decir que no ha murmurado en su vida; nadie tampoco puede asegurar que se vió libre de la murmuración de los demás. En esto somos todos, simultáneamente, victimarios y víctimas, roedores y roídos.

Lejos de descomponerse, de adquirir ese hundimiento cadavérico, esa contracción de las comisuras labiales, esa especie de trastorno general que deja asomar al rostro, no cuidadoso ya de ajustar sus músculos a una expresión artificiosa, los roedores cuidados de la vigilia, brillaba en las facciones de Lucía la paz, que tanto cautiva y enamora en el semblante de los niños dormidos.

Pero además, se nos ocurre preguntar: ¿Es muy higiénico que ciertos roedores se introduzcan en el seno del hogar para ir minando poco a poco y con influencia deletérea y pseudo-religiosa, la paz de las familias, la tranquilidad de las conciencias?

¿Ve usted? decía Bedoya. ¿Qué? La madera es nueva; si fuese del tiempo que el Marqués supone, se desharía en polvo; la madera vieja siempre deja caer el polvo de los roedores: eso lo conocemos nosotros, no los aficionados, que no tienen más que dinero y credulidad; ¡esto es truquage, puro truquage!

El hombre herido no debe fiarse de aquellos roedores. Cuéntase que en una isla desierta se comieron á varios de los marineros que llevaba Drake, los cuales se vieron asaltados, vencidos por sus bullidoras legiones. Ningún ser viviente puede vencerlos con armas iguales.

Los carniceros carnívoros están poco representados en Mindanao, lo mismo que en el resto del Archipiélago. Los roedores son muy escasos, no tanto en variedades como en número, lo cual no ocurre en todo el Archipiélago, pues en las Calamianes hay años que destruyen las cosechas, pasando de unas á otras islas en grandes bandadas.