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Y cayó de rodillas, como quien adora, á los pies de la dama. Dejáos, dejáos de niñerías dijo ella ; tal vez nos observan; alzáos, y hablemos aún algunas palabras... pero no de amor. ¿Estáis ya seguro de que no soy la reina?

Era suya cada una de sus actitudes y de sus gestos, era suya la humildad llena de gracia con que rezaba, era suya la cara que se apoyaba sobre las manos juntas, cuando el sacerdote levantaba el cáliz y todo el mundo caía de rodillas.

Es el tiempo propicio de segar las espigas doradas que en ya próximos días, formarán las hogazas del mortal sacrificio. En la áurea patena, y formado con trigos de América, yazga el pan de la Misa sobre el cáliz teñido con la sangre de España. Pueblos fuertes, robustos, hincarán las rodillas en tierra, ante el hondo milagro del amor que las almas auna en la elíptica curva de la breve existencia.

Por una parte y otra el terremoto Con gran furia pasó, quedando aislado El indio de rodillas, muy devoto, Sin ser del terremoto maculado. Cual suele temeroso por el soto La huida buscar ciervo ó venado Cuando oye el arcabuz, así buscaba El indio por donde ir, mas no lo hallaba.

La bajó entre su brazos, ayudada en tan cariñoso obsequio por el Sultán su hijo, que para ello se derribó gallardamente del caballo Ebn-Nur, quien dobló al efecto tan gentil como humildemente sus rodillas.

Desquitábase cuando una que otra vez, muy rara, le consentían llevarla a la Granja. Allí se pasaba las horas en éxtasis, teniéndola sobre sus rodillas, acariciándola frenéticamente. La niña se había acostumbrado a estas violentas expresiones de cariño y las agradecía. A veces sentía su cabecita blonda mojada por las lágrimas de su amigo.

¡Cómo no he de estarlo, señora! ¡Cómo no he de estarlo si lo que me pasa a !... exclamó el joven apretando las rodillas con sus manos crispadas. ¿Pero qué le pasa, criatura? preguntó la señora con una entonación que decía bien claro que lo sabía. Ya que soy un indigno gusano... ¡Dale! ¡Cálmese usted, Timoteo, cálmese!

Pues que no beban, ¡porra!, que nos dejen tranquilos, sin exigirnos que disfracemos nuestros vinos; los guardaremos almacenados para que envejezcan tranquilamente, y estoy seguro de que algún día nos harán justicia viniendo a buscarlos de rodillas... Esto ha cambiado mucho. La Inglaterra debe de estar perdida. No necesito que me lo digas; demasiado lo veo yo aquí recibiendo visitas.

Cuando entré, estaban en el momento de las vísperas, y el silencio de muerte que reinaba en el inmenso interior del templo, era sólo interrumpido por el murmullo bajo del reverente sacerdote. Había una docena de personas en la iglesia, todas mujeres, salvo uno un hombre que, de pie detrás de una de las columnas circulares, esperaba allí, pacientemente, mientras las demás estaban de rodillas.

Nada le importaba que el cordillerano tuviese su carabina pronta sobre las rodillas.