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Todos están tomados de discursos, informes, folletos y Memorias, suscriptos por los señores Romero Robledo, Moret, marqués de la Vega de Armijo, Balaguer, Doltz, general Pando, general Salamanca y bastantes otros hombres políticos peninsulares de la primera importancia. No quiero entrar en pormenores, porque son cansados y además harto feos. Convengo, pues, con el Sr.

Al abandonar su antigua casa, se dirigió Pirovani á la de Robledo.

Pero como si Robledo tuviera empeño en evitar que le tomasen por un personaje romántico, se apresuró á decir escépticamente: Yo busco á la mujer cuando me hace falta, y luego continúo solo mi camino. ¿Para qué complicar mi existencia con una compañía que no necesito?... Una noche, al salir los tres de un teatro, Elena mostró deseos de conocer cierto restorán de Montmartre abierto recientemente.

Moreno se había presentado á última hora con el frac enviado por su mujer, pieza modesta que revelaba tener algunos años de vida. Pero de todos modos era un frac, y el del contratista había perdido el privilegio de ser único, lo que puso nervioso á su poseedor, dándole nuevos ánimos para expresar sus deseos. Watson y Robledo vestían trajes obscuros.

Al recordar su vida de estudiante en Lieja, lo primero que resurgía en su memoria era la imagen de Manuel Robledo, camarada de estudios y de alojamiento, un español de carácter jovial y energía tranquila para afrontar los problemas de la existencia diaria. Había sido para él durante varios años como un hermano mayor.

Y usted, don Manuel, ¿qué piensa hacer esta tarde?... ¿Por qué no me acompaña en mis visitas á los modistos, y así podrá hablar con motivo de la frivolidad de las mujeres?... Robledo no aceptó la proposición. Debo ver á un antiguo condiscípulo que desea mi ayuda para un negocio. El pobre no ha hecho fortuna.

Los maldicientes aseguraban que eran recuerdos de amantes de su juventud, á los que la condesa había arrancado las muelas, no quedándole otra cosa que sacar de ellos. Su sentimentalismo y la libertad con que hablaba del amor justificaban tales murmuraciones. Al saber por su amiga Elena que Robledo era un millonario de América, lo miró con apasionado interés.

Si quiere darme algo, se lo agradeceré; si no me da nada, me contento con la botella: un regalo de príncipe... Váyase, Robledo; este sitio no es para usted. Pero él permaneció inmóvil, deseando excitar su memoria para saber algo más de su misterioso pasado. ¿Y Canterac?... ¿Encontró usted alguna vez al capitán Canterac?...

Robledo creyó que para ella las horas habían sido igualmente largas como años. Parecía más vieja, pero no por eso dejaba de ser hermosa. Su belleza ajada era más sincera que la de los días risueños. Tenía el melancólico atractivo de un ramo de flores que empiezan á marchitarse.

Y á su esposa, ¿la conoce usted también hace mucho tiempo?... El maligno personaje sonrió al enterarse de que Robledo la había visto por primera vez unas semanas antes. ¿Rusa?... ¿Cree usted verdaderamente que es rusa?... Eso lo cuenta ella, así como las otras fábulas de su primer marido, Gran Mariscal de la corte, y de toda su noble parentela.