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Después habló de otro peón igualmente ebrio, pero silencioso y triste, que había venido á morir en la Presa y estaba enterrado cerca del río. Robledo encontró papeles interesantes en el fondo de la «lingera» de este vagabundo piojoso. Había sido en su juventud un gran arquitecto de Viena.

Yo sólo creo que son hombres los que alcanzan victorias en las guerras ó los capitanes del dinero que conquistan millones... Aunque mujer, me gustaría vivir esa existencia enérgica y abundante en peligros. Robledo, para evitar á su amigo las recriminaciones de un entusiasmo expresado por ella con cierta agresividad, habló de las miserias que se sufren lejos de las tierras civilizadas.

Al ver que Elena se interesaba por el personaje, Robledo continuó modestamente: -Este alemán fué general en una de las revoluciones de Venezuela. Yo también he sido general en otra República y hasta ministro de la Guerra durante veinte días; pero me echaron por parecerles demasiado científico y no saber manejar el machete como cualquiera de mis ayudantes.

Ahora veo las cosas bajo una nueva luz; pero ¡ay! ya es tarde. Por unos momentos miró con indecisión á Ricardo, pero al fin dijo resueltamente: Oiga el consejo de un desgraciado, y no se ofenda porque se lo doy sin que usted me lo pida... No se separe nunca de Robledo: es un alma noble.

Yo soy un hombre de origen humilde dijo , un hombre que sólo conoce el trabajo, y necesito demostrar que no le tengo miedo á ese señor acostumbrado al manejo de las armas. Robledo se encogió de hombros al oir unas palabras que consideraba absurdas. Al fin se cansó de protestar en vano.

La primera interrogación la hizo aproximándose á Robledo, pero éste se echó atrás, huyendo de su contacto. Las otras dos las acompañó llevándose las manos á las sienes, como si hiciese un esfuerzo doloroso para concentrar su memoria. Al fin, dijo otra vez con desaliento: ¡Han pasado tantos hombres por mi vida!...

Canterac se apartó, visiblemente ofendido por esta predilección. Moreno hablaba á Robledo como escandalizado, señalando el frac de Pirovani: ¡Y para ese gran negocio emprendió su viaje con tanto misterio!... El español se alejó de él para hablar con Watson.

Sonreía con amabilidad, y Robledo no pudo notar en su persona nada extraordinario. Hasta había perdido aquel gesto de preocupación que evocaba la imagen de un pagaré de próximo vencimiento. Parecía más seguro y tranquilo que otras veces. Lo único anormal en su exterior era la exagerada amabilidad con que hablaba á las gentes.

En ciertos momentos dejaban éstos sobre sus rodillas para aplaudir y gritar: «¡Bravo!»; pero volvían á recobrarlos y los desplegaban, riendo de la dueña de la casa bajo el amparo de su tela. Robledo estaba detrás de ellas, apoyado en el quicio de una puerta y medio oculto por el cortinaje.

Un optimismo, que media hora antes hubiese considerado absurdo, le hizo sonreir confiadamente. En realidad no puedo quejarme, pues cuento con un apoyo poderoso. El banquero Fontenoy es amigo nuestro. Tal vez has oído hablar de él. Tiene negocios en las cinco partes del mundo. Movió su cabeza Robledo. No; nunca había oído tal nombre. Es un antiguo amigo de la familia de mi mujer.