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El mayor abría los ojos, como si pudiera oír por ellos. El barón cerraba los suyos. El coronel bostezaba. Sir John se aprovechó de aquel intervalo para quitarse el lente y frotarlo con el pañuelo. Rafael se escapó al jardín para echar un cigarro. Stein tocó sin floreos ni afectación el ritornelo de Casta Diva.

Las enfáticas frases de los artículos de fondo, los redundantes períodos de los discursos resonaban en sus oídos como el ritornelo del vals en los de la niña bailadora. Aquella llegada de los individuos de la Asamblea de la Unión fue para Amparo lo que sería la de los Apóstoles para un pueblo que oyese hablar del Evangelio y de pronto viese arribar a sus costas a los encargados de anunciarlo.

Calló la voz, y luego se oyó un profundísimo suspiro, que las vihuelas, que con el canto habían terminado su música, no pudieron cubrir con sus acordadas voces, y hubo algún espacio de tan grande silencio, que hubiérase podido oír el vuelo de un mosquito que por allí en aquel punto hubiera pasado; y aún duraba el encanto de la música, y el familiar no sabía qué pensar de lo que pasaba por su poco antes ánima castísima, cuando con más concierto y dulcedumbre que antes, volvieron las vihuelas al ritornelo.

Quedáronse tras la esquina familiar y corchete, y a poco oyeron que rompían en una muy armoniosa música las vihuelas, y que cuando se acabó el ritornelo, una voz grave y melancólica, enamorada y dulce, cantó el siguiente: SONETO Insensible es al sol el duro hielo De crudo invierno en el rigor impío; Agua en la primavera, en el estío En cálido vapor se eleva al cielo.

Seguían en su ritornelo las vihuelas, limpiábase el pecho para empezar de nuevo, tal vez con algún madrigal competidor del soneto, el encendido amante, cuando las voces de ¡ténganse a la justicia! que vinieron de lo alto de la callejuela, cortaron en un punto el puntear de las vihuelas, y dejaron lugar al chocar de los broqueles, que apresuradamente los músicos se arrancaban del cinto, y que tal vez al desenvainar las espadas daban contra sus gavilanes; y a poco, no era ya dulce música lo que en la calle se oía, sino áspero son de espadas, que por los raudales de chispas que de ellas saltaban, no parecía sino que se habían allí reunido todas las fraguas de Vulcano.

Era una música que estaba de moda y que su autor no habría conocido, seguramente: de tal manera se la había asimilado y la había hecho propia el general, por la manera de interpretarla. Y digan ustedes, señoras exclamó después de esta especie de ritornelo, ¿nos vamos, por último, mañana a los Pirineos para pasar un mes en Barèges?