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El de la hopalanda, no bien se acercó lo suficiente, pronunció un «a los pies de ustedes, zeñoras», que hubiera provocado una explosión de carcajadas, si al pronto no pudiese más la curiosidad que la risa. ¡Tenía el bueno del hombre una voz tan rara, ceceosa a la andaluza, y una pronunciación tan recalcada!

Detenidamente examinó las cartas, conteniendo, a pesar de los pesares, nuevos accesos de risa, y dijo al cabo con aire de convicción profunda: ¡Evidentemente que esto viene de los masones!... A me sentencian por lo que hice y a ti te avisan que eres un mentecato por haberme encubierto...

Cuatro veces sosegó, y otras tantas volvió a su risa con el mismo ímpetu que primero; de lo cual ya se daba al diablo don Quijote, y más cuando le oyó decir, como por modo de fisga: «Has de saber, ¡oh Sancho amigo!, que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la dorada, o de oro.

Era la risa de todos tan grande que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la fiesta; mas con tanta gracia y donaire recontaba el ciego mis hazañas que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parecía que hacía sinjusticia en no se las reír.

Un puntapié vigoroso, aplicado en semejante parte, modificó un tanto la risa, y puesta la mano en la parte dolorida, Pacorrito salió de la cocina. Su cabeza seguía trastornada.

Probó a subir desde el caballo a las bardas, pero estaba tan molido y quebrantado que aun apearse no pudo; y así, desde encima del caballo, comenzó a decir tantos denuestos y baldones a los que a Sancho manteaban, que no es posible acertar a escribillos; mas no por esto cesaban ellos de su risa y de su obra, ni el volador Sancho dejaba sus quejas, mezcladas ya con amenazas, ya con ruegos; mas todo aprovechaba poco, ni aprovechó, hasta que de puro cansados le dejaron.

La pareja, acompañada por el repiqueteo del tamboril, las cabriolas musicales de la flauta y la risa seca y estridente de las castañuelas, comenzó a moverse entre los grupos de atlots examinándolos. , galán decía con paternal autoridad el más antiguo de la pareja , ¡brazos en alto! Y el designado obedecía mansamente, sin el menor intento de resistencia, casi orgulloso de esta distinción.

¿Saben decía medio llorando y salivando aún de risa un caso que pasó entre el canónigo Castrelo y un señor muy chistoso, Ramírez de Orense? ¡El canónigo Castrelo! exclamaron el cura de Boán y el marqués . ¡Qué apunte! ¡De órdago!

Lo que para salir de su atolladero inventó de súbito el Barón y yo acepté con risa, hallándolo disparatadamente gracioso, él y yo lo fuimos tomando más por lo serio cada día, y por virtud de nuestra voluntad atamos nuestras almas con lazo tan limpio y tan fuerte como si él fuese en realidad mi padre y yo su hija.

Que , que no eres más que femenina te digo... y todas tus hermanas lo mismo. ¡Házmelo bueno arrastrao! ¡házmelo bueno! Cuando quieras replicaba él con firmeza, y añadía con énfasis: Y tu madre igual... ¡Á mi madre no la toques, sin vergüenza porque vamos á salir mal! ¡Todas! ¡todas lo mismo! replicaba Antonio con el mayor desprecio, volviéndose á los circunstantes que estallaban de risa.